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Ana María Tomás

Escribir es vivir

DESCENDIENDO


Aunque el Hombre descienda del mono, si se lo propone, siempre es capaz de descender un poco más; que se lo pregunten, si no, al esperpento de John Galiano. Tengo delante de mí (que no delante mía) varias fotos de él, una en concreto en el desfile de París del año pasado y, al margen de ser un gran creador, las imágenes no dejan lugar a dudas de la excentricidad -va vestido que ni para los carnavales de Canarias-, con su puntito subido de soberbia del señor Galiano.

Dicen que tenía una tasa alta, altísima, de alcohol en la sangre cuando escupió sus palabras antisemitas (“Sucia cabeza judía, deberías estar muerta”) a un judío que se encontraba en una mesa contigua a él en una cafetería parisina. Sin embargo, estar bebido no debería ser un eximente, sino todo lo contrario: un agravante. Todos sabemos que sólo los niños y los borrachos dicen la verdad, o sea, su verdad, lo que sienten. Puede que el alcohol nuble la razón, pero hace transparente al corazón.

No es la primera vez que el famoso diseñador de la casa Dior arroja su odio hacia los judíos y su amor por Hitler. Evidentemente, cada uno puede tener sus filias y sus fobias que no hacen más que definirlo como persona, pero, teniendo en cuenta que la imagen pública del perfume Miss Dior Cherie, Natalie Portman, es judía, aunque sólo hubiese sido por pura y dura diplomacia, debería haberse hecho un nudito en la lengua antes de mostrar al mundo la clase de ser humano que es.

Personalmente creo que su problema, como el que tienen numerosos personajes esnifados de fama -el último protagonizado por Charlie Sheen, que atacó verbalmente al hombre que le pagaba millones de euros por su papel en una serie americana- es el endiosamiento absoluto que sufre esta gente. Poco a poco o de golpe, nunca se sabe, se convencen de su genialidad y de estar por encima del bien y del mal. Piensan que, cada vez que hablan, paren genialidades que todo el mundo debe aplaudir y se rodean de una cohorte que los aleja de la realidad y les engordan su petulancia y su egolatría. Y ellos se sitúan allá arriba sin darse cuenta de que siguen en el mismo lugar que el resto de los mortales sólo que en un punto de mira diferente, y, cuando realizan declaraciones como “Puto bastardo asiático, te voy a matar” -Galiano dixit-, lo único que hacen es descender bastante del nivel humano y subir un poco al árbol del que hace tantos siglos comenzamos a bajar.

Desgraciadamente, todos conocemos casos, tanto del extranjero como del suelo patrio, que, teniéndolo todo y considerándose torres inexpugnables, han sido abatidos por su propia petulancia. Descender del nimio pedestal, donde en realidad están, a la altura del resto de los mortales es, apenas, un pequeño golpe de gracia, aunque ellos crean que es un descenso al infierno. Nada comparable al auténtico descenso a los infiernos, en tren de alta velocidad, que sufren los toxicómanos que ejercen de esclavos para cuantos trabajos, vejaciones y humillaciones gusten los camellos que les proporcionan una pequeña dosis a cambio de su vida.

Sí, el hombre puede descender… y mucho… desde el árbol al suelo y desde éste a los sótanos del mismísimo infierno… Y lo peor de todo es que no hay que salir de nosotros mismos para encontrarlo.

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