A ver, pocas veces se entiende la generosidad de algunas mujeres para con sus maridos. Si les ven debiluchos y quieren ponerlos fuertes como toros, en ocasiones, no se les ocurre nada mejor que empezar por los cuernos. A fin de cuentas, ya saben lo que dicen de ellos, que son como los dientes, que al principio duelen, pero luego ayudan a comer. Sin embargo, parece ser que los hombres pocas veces aceptan esa idea de… “generosidad”, aunque ellos la practiquen, más que con ese apelativo, como deporte nacional.
Pero, claro, no “passsa na”, obviamente mientras sean ellos, pero cómo cambia el cuento cuando sospechan que es ella. Y más si en el proceso de la sospecha se desarrolla un embarazo. Comienzan a mirar a la criatura por todos lados, intentando encontrar alguna marca que les confirme que son propios o les corrobore sus sospechas de que se la han pegado. Durante años, no puede negarse, la mujer ha jugado a colocar ciertas paternidades que ni de coña, aunque para ello hayan tenido que parir un supuesto sietemesino de casi cinco kilos. Un amigo me decía, hace unos meses, que su novia le había dicho que estaba embarazada y que él le dio la enhorabuena y le preguntó quien era el padre “¿Cóooomo?” pregunto ella, muy digna, para asegurarle a reglón seguido: “Pues tú ¿Quién si no?” Imaginen la cara de ella cuando mi amigo le dijo que tenía la vasectomía hecha desde hacía ocho años, vamos, que un espermatozoide suyo tenía menos futuro que Piolín en la NBA.
Hace unos días, me enteraba por nuestro periódico, que la venta de pruebas caseras de paternidad se habían disparado más que la pólvora por fallas. Claro, todo se hace de manera muy discreta y secreta. No hay que ir a ningún laboratorio ni enterar al personal de las sospechas antes de tener la cosa confirmada. Se compra el kit, se toma un poco de la saliva de la criatura con un simple bastoncillo y otra poca del presunto padre y ya está. Por un módico precio, y en solo unas horas: dudas eliminadas. Es cierto que, a efectos legales, no tiene validez aunque su fiabilidad es absoluta, tanto como la de cualquier laboratorio. Pero al padre de marras si le vale, porque aunque tuviera que repetirlas de manera oficial en un laboratorio para que sirvieran de pruebas en algún proceso burocrático ya iría sobre seguro.
Lo que ya no dice el test es cómo enfrentarse a la dicotomía del sentimiento amor-rechazo que, imagino, embargará a esos hombres si descubren que no son sus hijos. Vamos, yo no entiendo muchos de perspectivas masculinas pero me cuesta trabajo creer que se vaya a dejar de amar a un hijo, cuidado con amor y esmero durante años, sólo por el hecho de que un papel te diga que no lleva tu sangre, como si los hijos fueran morcillas sin más. Además, yo mantengo (defiendo y sostengo) la idea de que los hombres aman a los hijos de las mujeres que aman, sean sus hijos o no. Y a las pruebas me remito, seguramente, muchas de ustedes o muchos conocen o viven en primera persona cómo hombres separados cuidan y dedican un tiempo hermosísimo a los hijos de la mujer con la que viven, velando de que reciban una formación complementaria (danza, judo, inglés… etc) apabullante, mientras que los hijos propios, los que quedaron con la exmujer, si es que ésta no tiene pareja, andan tiesos con el mínimo sueldo de la madre porque el padre descuida todo lo que no sea pasar la mínima y miserable pensión.
Lo que está claro, dado el asombroso éxito del test, es que debe haber más “cuernos” fehacientes (por supuesto, no vamos a hablar de los que no dejan huellan) que en un saco de caracoles y que muchos hombres deben andar oliendo a cuerno quemado cuando están dispuestos a gastarse una pasta gansa en averiguar el tema. Y debo ser malpensada porque, fíjense, pienso que en la mayoría de los casos es más por cuestión monetaria que por “honor” herido.
Y es que hay mujeres que tienen mala suerte… el marido les sale cornudo. Y, encima, van los tíos y pagan para que se lo digan en su cara. Es que no tienen arreglo.