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Ana María Tomás

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ZORRO DOMESTICADO

Es verdad que la palabra amistad se ha lavado tantas veces con detergentes de palabras y sentimientos tan poco fiables que ha perdido el auténtico color. Pero de ahí a reconocer públicamente, como han hecho los vascos, en un estudio, que no tienen amigos… pues qué quieren que les diga, me parece un abismo.

Me quedé estupefacta cuando hace unos días un estudio reveló que uno de cada nueve vascos confiesa no tener ni un solo amigo. Es verdad que la sociedad actual anda metida en una vorágine ingobernable, como esos tornados que vemos en la tele en donde la propia fuerza centrípeta manda a tomar viento a todo aquello que no sea ella misma, léase trabajo, horarios férreos, responsabilidades familiares, obligaciones… Y que el día sólo tiene las horas que tiene, por mucho que nos empeñemos en estirarrrrrlas. También es verdad que -yo suelo utilizar mucho esta frase- “en la senda de la amistad no hay que dejar que crezca la hierba”, pero bueno…, por muy crecido que esté el forraje, siempre podemos agarrar un buen machete y volver a abrirnos camino hasta la casa del amigo.

Una vez escuché que los amigos es la forma que tiene Dios de resarcirnos de algunos de los familiares que nos da. Sabido es que mantener relaciones con amigos potencia el sistema inmunológico y reporta una larga lista de beneficios, eso, dicen, cuando los amigos son de verdad ¿acaso puede haber amigos de mentira? Hay infinidad de maneras de relacionarse y todas y cada una de ellas tiene un nombre determinado, pero si nos empeñamos en llamar “amigos” a quienes no llegan a ser ni compañeros de trabajo, es normal que nos peguemos el ostión. Porque, claro, una cosa es trabajar juntos y otra, bien distinta, es ser compañeros. Pues imaginen si, además, damos unos cuantos saltos mortales en el escalafón de las palabras y regalamos la palabra amigo a quien ni sabe, ni conoce su significado.

Está claro que, para estar mal acompañado, mejor solo, pero perderse el inconmensurable regalo de la Vida de tener un amigo… eso sí que es digno de pena. Yo creo que el problema de no tener amigos estriba en la idea que puede llegar a tenerse de lo que es “un amigo”. Muchos consideran que la amistad está en función de lo que se quiere conseguir. Y, por supuesto, de salir triunfante de las pruebas que se les impongan a los amigos para poder otorgarles el carné de “amigo”. Sabido es la cantidad de “amigos” que surgen, como setas, en cuanto alguien es afortunado con un premio económico o social. O cómo huyen otros cuando la adversidad hace su aparición en las casas amigas y las ven venir hacia ellos en busca de ayuda monetaria. Pero la amistad, aun siendo ese tipo de ayuda, no puede condicionarse sólo a eso. La amistad es mucho más. Un amigo es una de las mejores bendiciones de la Vida, un tesoro, lo dice la Biblia y lo han cantado poetas de todos los tiempos y razas, desde Homero a Miguel Hernández pasando por Khalil Gibran o Saint-Exupéry, por ejemplo.

Hay una frase preciosa sobre la amistad en “El Principito”, le dice el zorro al niño: “Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo…”

Quizá los vascos están errados pensando que han de domesticar al otro para tenerlo como amigo, cuando la domesticidad, que no la domesticación, ha de comenzarse en primera persona. Dice el estudio que se refugian en la familia. Y eso está bien, pero un hermano puede no ser un amigo, mientras que un amigo siempre será un hermano.

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