Por muy grandes que son sus infantiles ojos no alcanzan a ver algo más que el terror o la más absoluta desesperación. Ante él la perversidad, la avaricia, los ajustes de cuentas, el despotismo de un “¡profeta!”, y la completa ignorancia de su familia, lo están condenando a la tortura y a la muerte. A nadie parece importarle que sólo tenga nueve años. Ese extraño personaje llamado “pastor”, “hombre de Dios” o “profeta” le va a sacar el demonio que tiene dentro. Nadie le explica qué poderosas razones tienen los adultos para acusarlo de brujo. Quizá porque la mayor de todas las sinrazones es que está en Africa, en el Congo, donde más de 70.000 niños han sido acusados de brujería, simplemente porque son pobres, muy pobres y, tal vez, hasta sea un alivio para sus familias tener una boca menos que alimentar.
No le permiten sus grandes e infantiles ojos contemplar que el mundo no se detendrá ni un segundo por su muerte, que los líderes mundiales seguirán “demasiado ocupados” como para pre-ocuparse del dolor que puedan estar sufrimiento muchos niños en un punto perdido de África .
Lo van a matar lanzándolo vivo a la hoguera. Quizá eso sea una suerte. Sobre todo después de la tortura a base de palos y latigazos que ha sufrido. No tiene idea de cuánto podrá dolerle eso, ni que, después de su intenso sufrimiento, morirá.
Es una suerte para él no conocer cómo viven los niños del primer mundo donde el excesivo cariño y permisividad de los padres los convierte en grotescos infantes. Y es una desgracia para los niños de ese primer mundo que no sepan las terribles condiciones de vida de otros niños como ellos privados de algo tan elemental como el amor y la protección de sus padres, ubicados en un lugar donde nadie se cuestiona las palabras de un supuesto “hombre de Dios” con poder para torturar, envenenar y aniquilar a los más débiles e inocentes: a unos niños acusados de todos los males de su reducido e ignorante mundo.
El tamaño de los ojos nada tiene que ver con la capacidad para ver más lejos de lo que tenemos delante. Simplemente hay ojos que prefieren no mirar que hay ángeles, angelitos negros que diría Machín, que jamás serán expulsados del paraíso de la infancia porque jamás salieron del infierno donde los confinaron la iniquidad, el desafuero, la injusticia y la ignorancia de sus adultos, y la pasividad y cobardía del mundo entero.