CARA DE GILIPUERTAS | Escribir es vivir - Blogs laverdad.es >

Blogs

Ana María Tomás

Escribir es vivir

CARA DE GILIPUERTAS

 

 

               Aunque a nadie le gusta escuchar que, en un momento determinado, pueda tener cara de gilipuertas, lo cierto y seguro es que todos, absolutamente todos, somos conscientes de que en algunas ocasiones se nos ha quedado una cara de gilipollas que no aguantamos ni nosotros, por no hablar de la sensación que eso produce. No es que haya reglas preestablecidas para ello, pero, si hablamos de arte,  las ocasiones se multiplican: nos convertimos en estúpidos únicamente por miedo a parecerlo. Todos los días están llenos de momentos “cumbres” aunque no siempre salgan a la luz. No tenemos que ir muy lejos: hace apenas unos días, la casa Sotheby’s, en Londres, ha subastado una obra que no es otra cosa que una de las muchas tomaduras de pelo que ha producido nuestra última historia “culta”.  Se trata de una obra de arte que no es tal obra, de un autor que no es tal autor, con una historia detrás que no es tal historia. O sea, ni existe la historia ni el autor y, por ende, tampoco la obra. Todo se debe a la broma del escritor William Boyd que, con unos cuantos cómplices, entre ellos David Bowie, se inventó al pintor Nat Tate, ideó una curiosa biografía y se dedico a pintar puentecitos infantiles como seña de identidad del famosísimo pintor. No ha sido la primera vez: conocidas son las tomaduras de pelo al colgar en grandes museos obras de niños o de chimpaces como el que hacían pasar por Pierre Brassau y al que un especializado crítico calificó su obra como de “delicado trazo”, ¡toma del frasco!

Hace unos meses, cuando fui a ver la sonada y publicitada película de El árbol de la vida no podía creer que todas las maravillosas críticas que había leído al respecto se refirieran a semejante bodrio –para ver magníficos documentales sobre volcanes o ríos me basta con la dos de televisión-. Pero lo que más me admiró fue el “miedo” de  la gente en general  a hablar con franqueza del sentimiento de frustración que les había producido el películo por temor a parecer incultos. Otro tanto me paso con una de las salas del Guggenheim ¿alguien puede creer que un montón de ropa sucia, dejada de mala manera en el suelo, sea arte…? Vamos, ¡manda huevos!, y yo quitando los atavíos de mis hijos adolescentes de sus habitaciones… sin darme cuenta de eso no son enredos o porquería sino arte puro y duro. O sea, que la casa de cualquier enfermo con síndrome de Diógenes es un museo de toma pan y moja.

Sólo así se entiende que una diligente limpiadora de un museo alemán haya destrozado, simplemente con fregarla, una de esas incomprensibles obras de arte: una torre de tablas de madera en cuya base se encontraba un recipiente sucio de cal blanca, que, evidentemente, ella dejó como los chorros del oro, arruinando así lo que era una obra valorada en ochocientos mil euros. Como lo oyen, digo, como lo leen.

William Boyd y sus amigos, como otros antes y después, no han hecho otra cosa que ponernos cara de gilipollas y sacarnos los colores de la vergüenza “culta” ¿Por qué hemos de ser tan estúpidos o tener tanto miedo a pasar por idiotas, simplemente, por decir en voz alta lo que el sentido común nos dicte en determinados momentos?

En el Guggenheim me dedique durante más de media hora a observar la reacción de las personas que prestaban atención al montón de ropa sucia: todas, todas las que pasaron mientras estuve mirando, afirmaban con la cabeza mientras enarcaban las cejas, satisfechas de visitar semejante obra de arte. Y a mí se me iban y se me venían unas ganas de decirle lo gilipollas que éramos todos los que pagábamos para ver aquello y no sólo no protestábamos, sino que nos sentíamos complacidos de pensarnos más “cultos” –válgame el cielo- por tener la oportunidad de admirar lo que alguno, listo él, había determinado que era arte.

Aunque ya sabemos que “hel-arte” es morirse de frío parece que aún no nos hemos enterado de que todo lo que se publicite debidamente y tenga detrás a un tontolaba que se las dé de culto o de listillo no sólo está destinado a ponernos cara de gilipollas, sino a convertirse en la más sublime de las obras de arte.

Temas

El blog de Ana María Tomás

Sobre el autor


noviembre 2011
MTWTFSS
 123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
282930