Cárcel de amor no es sólo el título de una novela sentimental de la época del descubrimiento de América, de Diego de San Pedro, sino que es también el lugar donde muchos seres humanos viven tras convertirse en padres.
Aquella famosa frase de “cuando seas padre comerás huevos” no sólo ha quedado desaparecida -y no en combate-, sino que ahora son los hijos quienes racionan -como si estuviéramos en la peor época de escasez- no ya los huevos, sino algo de mayor alimento: el respeto y la obediencia a sus progenitores. Por supuesto, ya del cuarto mandamiento, aquel de “Honrarás a tu padre y a tu madre”, ni hablamos.
Con total alucinación -al menos yo-, hemos comprobado esta semana que una nenica de dieciséis años ha denunciado a su padre porque este, tras comprobar que había comenzado a coquetear con las drogas, la castigó un fin de semana en el sótano. En primer lugar, hay que ver cómo es el sótano. Para aquellos que no hayan tenido la oportunidad de verlo en las imágenes que salieron, les diré que no se trata del sótano de una casa de película de terror. Es, simplemente, un habitáculo en donde esa familia, como otras muchas, instala el “resumen de su vivienda” con tal de preservar el hogar de la batalla diaria, es decir: cocina, sofá, mesa camilla, cama y las comodidades más… perentorias para hacer de una sola habitación prácticamente su residencia.
En segundo lugar, el padre se quedaba con ella.
Y, en tercero, los padres tienen la obligación y el derecho a educar a sus hijos como mejor sepan o puedan. Todos los padres cometemos errores que más tarde los hijos nos echan en cara. Errores diferentes a los que nuestros padres cometieron con nosotros. Errores distintos a los que nuestros hijos cometerán con los suyos. A fin de cuentas, con tantos errores humanos por qué repetir…
Hay culturas en las que se reconoce abiertamente que los niños han de ser educados por toda la tribu, pero aquí, en este bendito país en donde no hace falta meterse ningún alucinógeno para alucinar porque basta con escuchar algunas disposiciones judiciales, se permite que una mujercica denuncie a sus padres porque la han castigado, o se impone una orden de alejamiento a unos padres porque, en un momento determinado le dieron una bofetada a su hija, y con esto no quiero decir que esté de acuerdo con pegarle a nadie, pero ¡por Dios! es que se nos ha ido la olla ¿Qué puñetas están pensando los legisladores? Cada vez tiene que ver menos la Justicia con lo que realmente es justo. Se dispensan leyes, se ejecutan leyes, pero no se imparte justicia ¿Es justicia que los asesinos de Marta de Castillo hayan salido de rositas y que un padre esté imputado por castigar a su hija?
Pero lo absolutamente increíble de todo esto fueron las palabras del padre tras el regreso de la criatura y tras preguntarle la reportera si ésta le había pedido perdón por denunciarlo, no se lo pierdan: “No, no me ha pedido perdón, ni hay por qué hacerlo”. ¿Qué les parece?
Como madre, entiendo perfectamente la angustia de este pobre hombre al saber a su hija escapada (las autoridades la llevaron a un Centro de acogida y de allí se escapó) y vulnerable a los cientos de peligros que acechan. Y, por supuesto, entiendo su predisposición a abrazar y perdonar a su hija al margen de lo que haya hecho, como el padre de la parábola del Hijo Pródigo. Pero el que los padres vivamos de continuo en una cárcel de amor por los hijos no les da derecho a ellos a meter en esas celdas instrumentos de tortura.
Que, oigan, me parece estupendo que criaturas que están siendo maltratadas por padres desnaturalizados tengan la oportunidad de escapar de esa situación a la mayor brevedad, pero…, pregunto ¿no sería posible poner algún tipo de filtro que pudiese diferenciar al padre maltratador de un padre educador? Es que hemos pasado, por efecto pendular, de unos padres a los que había que hablar de usted y pedir permiso para abrir la boca a otros que, o bien son absolutamente permisivos por miedo a perder el cariño de los hijos, o no tienen más narices que serlo directamente por miedo a los hijos que llegan hasta a pegarles. A ellos y a esta sociedad que, cada vez más, está generando tiranos con una conciencia sólo de derechos y ausente de toda obligación, responsabilidad y respeto a todo, puesto que a quienes primero no respetan es a sus propios padres.
Dice la Biblia que los hijos son flechas en la aljaba, pero parece que actualmente esas flechas estén en la aljaba de algún enemigo dispuesto a dispararlas contra los padres. Y, sin embargo, los padres, presos y atados de pies y manos, no sólo están dispuestos a dejarse asaetar por ellas, sino a alabar la perfecta puntería de los vástagos cuando aciertan directamente en el corazón.