Hay uniones que, desde sus inicios, son la pura crónica de una muerte anunciada. A mí, qué quieren que les diga, la boda de los Duques de Lugo nunca me pareció una boda por amor. Vamos, por amor… amor, sí, pero no les digo amor a qué, aunque, desde luego, no el uno al otro. Salvando los chistes fáciles sobre la profesión de podólogo de Marichalar y el callo que le había quitado al Rey; cuando realmente el duque mostró todo su esplendor sobre la realidad del enamoramiento y los sentimientos que experimentaba hacía su mujer fue cuando ante el nacimiento de su primer hijo soltó, agarrado a una copa de cava y ante una multitud de periodistas: “El pobre, es igual que su madre”. Toma higos Pepa, que se agusanan, que diría mi abuela, como si él fuera el dios Apolo.
Quiero imaginar que
Hay que ver los trabajos que manda el Señor cuando se huye del trabajo. Dicen que “al gandul y al pobre todo le cuesta el doble”. Quizá por eso tuvo que tener otro hijo antes de que la “Pobre” le pusiera un petardo en culo.
Dicen, también, que las uniones sin amor son las más duraderas, pero yo, francamente, apuesto a muerte por aquellas donde el príncipe, diga lo que diga, jamás puede traicionarlo su subconsciente, porque en él sólo habita el amor hacia su dama