El marido de una de mis amigas, en vísperas de su aniversario matrimonial, le dijo: “Amorcito, este año te voy a regalar una lámpara de Aladino?” Y ella respondió: “¿Para qué quiero yo esa porquería…? A lo que él, solícito, le contestó: “Para que guardes ese puto genio que tienes”. Sin embargo, cuando llegó su aniversario, no sólo no le regaló ninguna lámpara maravillosa sino que se fue de pesca con una tal Pepi que tenía dos lubinas de un kilo cada una. Evidentemente, sobra decir que ella nunca lo perdonó y que, si no se han separado, es por razones que no vienen al caso. Y digo esto porque, desde distintos medios, se nos intenta vender la burra de que, como estamos en época de crisis, y no por la movida de Botsuana, sus Majestades de España no van celebrar sus bodas de oro. A ver…vayamos por partes, como diría Jack el destripador… Podemos presuponer, puestos a ello, que la Reina estaría encantada de visitar con su marido Afganistán y seguir, al pie de la letra, la costumbre que hay por allí de que la mujer camine unos cuantos pasos detrás del hombre, y no por aquello de la tradición, sino porque todo el terreno está minado. Que una cosa es que ella se comporte como una verdadera “profesional”, según su insigne marido, y otra que se pretenda que el pueblo llano comulgue con ruedas de molino.
No quieren celebrar bodas, no les apetece celebrar ni rememorar ni matar ningún pavo para el banquete porque, quizá… presuntamente… a ambos les apetezca matar, más que al pavo, a quienes los presentaron, o a otros animales de más calibre (sin comentarios). Probablemente, si centraran la atención en el balance positivo: tres hijos -olvidémonos de los consortes de los mismos-, varios nietos, días felices, miradas cómplices, muchas actividades compartidas, muchos sufrimientos (recordemos que “los ricos también lloran”), pero también algunas horas, imagino, de felicidad, no les costaría tanto volver a mirarse a los ojos, aunque sólo fuera como amigos. Tal vez, en su búsqueda de fotos del álbum personal para sacar cincuenta para la prensa, por aquello de cubrir expediente, han pasado demasiado rápido por instantáneas entrañables: no hay nada comparable a contemplar el sueño de los hijos, sus risas… Sin embargo, el ser humano es capaz de eclipsar cientos de horas de felicidad por apenas unas de sufrimiento. Obviamente, quién soy yo para calibrar o contabilizar horas de nadie. No obstante, hay que ser tonto para no darse cuenta de cuánto hablamos sin decir nada. La comunicación, dicen los expertos, es tan sólo un diez por ciento la palabra, y el otro noventa es cómo lo decimos, cómo lo movemos, cuanta distancia guardamos y cuantos silencios empleamos. Y las personas que tienen, a la fuerza, que llevar una vida pública, expresan sin palabras mucho a poco que un observador se decida a curiosear.
El marido de mi amiga, el de la lámpara de Aladino, cuando el par de lubinas de la Pepi comenzaron a apestar, intentó enseñar a su mujer a pescar y ella… valorando lo positivo que de la cosa se jugaba, aceptó las lecciones, pero hace unos días me lo encontré y me sorprendió -él tan clásico y tan crítico con ciertas modas- que llevara un pendiente en una de sus orejas. Le pregunté que desde cuándo lo llevaba y me respondió que desde que su mujer lo había encontrado en el coche y le había dicho que era de él. La cabra siempre tira al monte. Y, desde Adán, ningún hombre ha dicho con verdad a una mujer que sea la “úuunica mujer de su vida”. Y, por otro lado… “el humor existe para recordarnos que por muy alto que sea el trono en que uno se siente, todo el mundo utiliza su culo para sentarse”. Creo que todo está dicho ya.
Es decir, que si los Reyes, aunque yo me inclino a pensar que en esto esté metida más la Reina, han o ha decidido que de celebraciones tuturú, me parece que es un acto de dignidad y congruencia y que si, aun siendo personas públicas, no les da la real (nunca mejor dicho) gana de dar explicaciones… pues, señores míos, están es su pleno derecho. ¿o no?