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Ana María Tomás

Escribir es vivir

GESTIONAR LA SALUD

Que en los momentos actuales se ha abierto una especie de corredor espiritual que conecta con lo más sagrado y anímico del ser humano, creo que es un secreto a voces. Qué digo “secreto”… es un movimiento que muchos buscan con desesperación, sobre todo, en casos, valga la redundancia, desesperados.

En primera persona puedo asegurarles que, sin saber muy bien cómo, pero eso sí, una vez que decidí, libre y voluntariamente, entrar en ese “corredor” me están llegando cientos de informaciones desde todos los lugares, formas y remitentes tan variados y plurales que apenas acierto a entender la manera de gestionar tanto conocimiento nuevo. Evidentemente, en esto, como en todo, también hay su parte de charlatanería pero, a poco que una se familiarice con técnicas, corrientes y vocabulario, está adiestrada para separar el trigo de la paja.

Los humanos, al igual que la Tierra, están teniendo  numerosos cambios y ya no nos sirven viejos estereotipos o viejas creencias. Ya no nos sirven ideas impuestas o preconcebidas, ahora necesitamos descubrir por nosotros mismos aquellas que nos valen de manera personal e intransferible. Se preconiza la idea de que todos llevamos dentro de nosotros la verdadera esencia de la felicidad, la libertad y el conocimiento necesario para la evolución del Ser Humano, así como la semilla de la enfermedad y de la desdicha.

Dicho de esta manera no parece que sea gran cosa, pero si pensamos en cómo está el tema de la Seguridad Social y lo unimos a la idea, según estas nuevas corrientes, de que enfermamos -al menos el 70%- por la manera en que nos enfrentamos a las emociones… la verdad es que aprender a gestionar nuestro potencial emotivo puede evitarnos muchos males.

Es cierto que un buen número de emociones no son procesadas, que las reprimimos en favor de unos roles que no siempre elegimos nosotros pero que casi siempre aceptamos seguir o interpretar aunque estén impuestos por nuestros peores enemigos, pero, claro, eso tiene un alto precio y terminamos llenos de irritabilidad, resentimiento y, finalmente, agresividad. Por supuesto, reprimida. Lo que da lugar a somatizar todo ese bodrio interior enfermando el cuerpo. Tienes su lógica: una vez lleno de mierda nuestro interior es lógico que salga por donde pueda. Pocos desconocen ya que la ira enferma gravemente el hígado o que, cuando estamos tristes y deprimidos, nuestro sistema inmunológico se nos va al garete.

Y no, no se trata de secuestrar un sentimiento de tristeza, ésta, en la medida adecuada, nos ayuda retomar el control interior, el equilibrio interno necesario. Todas las emociones que pueden considerarse negativas llevan intrínseco su propio aspecto positivo. Ese tipo de emociones, evidentemente, rebosan cuando las reprimimos y acumulamos durante mucho tiempo.

Algunas de estas corrientes novedosas  mantienen que todos somos creadores y que,  por tanto, estamos en iguales condiciones para crear la salud o la enfermedad. Sí, sí, ya sé…, si usted se encuentra ahora mismo en un hospital, estará a punto de mandarme  a freír espárragos, pero la verdad es que, hace tropecientos años, ya un Padre de la Iglesia (creo que san Agustín, pero no podría asegurarlo) decía que “Somos Dios en la medida que dejamos que Dios viva en nosotros”. Lo digo por aquello de “crear” salud, aunque, si finalmente enfermamos, las nuevas corrientes tienen también la solución para que eso no nos amargue la poca o mucha vida que nos quede: pensar que la enfermedad es uno de los mejores maestros espirituales.

Por increíble que les parezca lo que voy a decirles, les aseguro que tengo dos amigas con el mismo problema de salud: un cáncer. Mientras una ha aceptado la enfermedad, analizando las causas que la han podido conducir a esa situación, eliminando la negatividad y reconociendo su valor para el propio potencial humano, cosa que le ha producido una mejoría impresionante; la otra se revuelca, una y otra vez, en un dolor que se le hace cada vez más insoportable y que la mantiene estancada.

Al margen de nuevas o viejas corrientes, la realidad es que, con frecuencia, las lecciones más útiles son, desgraciadamente, las menos apreciadas o comprendidas. Aunque no estaría de más hacer nuestra una de las reflexiones del gran filósofo Khalil Gibran: “Del hablador, he aprendido el silencio; del intolerante, la tolerancia; y la amabilidad, del cruel. No debo ser desagradecido con dichos maestros”.  Pues eso.

 

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