Decía un chascarrillo: “Ahora que he aprendido a decir almenaque, lo llaman candelario”. Y eso digo yo con la nueva moda que hace furor en china, que a lo que toda la vida se le ha llamado “pasamontañas”, ahora resulta que se le llama “facekini”. Y lo peor de todo es que no se utiliza para pasar montañas resguardando el rostro del frío, sino para evitar que el sol ponga morenos los rostros de las chinas mientras estas toman baños en playas y piscinas. Y es que en China, al igual que hace años por estos lares, tener el rostro moreno es sinónimo de pobreza, de campesinas que trabajan la tierra de sol a sol. Quizá lo único en común que tienen el pasamontañas y el facekini es que ambos se utilizan con relativa alegría para desmantelar bancos. Y no del parque precisamente.
La verdad es que resulta bastante chocante, por no decir extremadamente ridículo, ver a las chinas embutidas en una suerte de saco pegado-pegado a la cara y a la cabeza, vamos, como un gorro de silicona de baño que le da la vuelta a la cabeza.
Yo recuerdo, como si fuera ayer mismo, el pasmo que le causaba a mi abuela, hace apenas treinta años, verme embadurnarme de aceite bronceador para achicharrar mis carnes con un moreno a lo Donna Hightower ¡Inconsciente de mí! Y una, que ya es morenaza de por sí, con sólo un par de días de sol y pringue, me ponía que parecía un conguito para coraje de la buena mujer que me mostraba con orgullo sus blanquísimas carnes. Por suerte, la moda ha cambiado, claro, empujada por la salud o por la enfermedad, que todo hay que decirlo. Los cánceres de piel, los eritemas y las diversas afecciones han terminado concienciando de que el sol es necesario, que la vitamina D, así como la vacuna de la depresión, la recibimos de sus sanadores rayos, pero que, como todo lo bueno, hay que tomarlo con moderación si no queremos que se convierta en malo. Y hasta aquí nada que objetar, pero… parece mentira que en China no se hayan enterado de que hay gorras, sombreros y protectores solares. Una servidora ha pasado del aceite acelerador al protector del cincuenta. Y me lo pongo todos los días que salgo a caminar por el monte o por la playa, sea invierno o verano. Mi piel va adquiriendo lentamente un suave tono a pan horneado pero sin quemar. Y no me importa que alguna hija de… la gran Bretaña me diga con la peor de sus bilis: “¿Has estado en la playa…? Huuuuy, pues no se te nota nada, nada, nada. Mira yo, moreno de piscina, y estoy más negra que tú”. “Ya -me entran ganas de contestarle- sobre todo por dentro”. Y es que todavía han de pasar algunos años más para que, al igual que antes la piel blanca fuera sinónimo de potencia económica y de eludir los soles labriegos, el estar morena también deje de ser sinónimo de miraquepoderíochaletemplayapaquetejodas.
Que sí, que está muy bien lo de tomar precauciones, pero, por Dios… es que con esas pintas no se pueden llevar niños chinos a las playas sin que queden traumatizados para siempre. Vale que alguien puede pensar que más de uno de los que usan semejante artefacto deberían colocárselo todos los días y no sólo en la cara sino en el resto del cuerpo, pero seamos medianamente razonables porque en esto de las modas… cuando las barbas del vecino veas pelar… el verano siguiente podemos tener epidemia de facekinis en nuestras playas.
Y esto de poner cortinajes, casi siempre a las mujeres, parece que se está convirtiendo en algo demasiado frecuente. ¿Imaginan de quién parte la idea? Hace apenas unos días, el diseñador belga de ropa Martin Margiela, les hizo desfilar a todas sus modelos con las caras absolutamente tapadas, tanto, que a punto estuvieron de partirse la crisma. Y no hace tanto que también lo hizo otro diseñador: David Delfín. Menudo par de gilipollas. Y las pobres… a ver… qué iban a hacer si querían trabajar.
Decía R.W. Emerson: “No es la belleza lo que inspira la más profunda pasión. La belleza sin gracias es anzuelo sin cebo.” Y no estaría de más recordarnos a nosotras mismas, cada día, que podemos estar blanquísimas y perfectas por fuera, pero si no emergen desde dentro otra clase de blancuras… por más mascarones que nos pongamos, no conseguiremos quitarnos el moreno de vereda.