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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Mentiras y frivolidades

A ver, mujeres del mundo: feministas, machistas, indolentes, activas, pasivas, neutras… si yo, por un casual, os confesara que tengo miedo de subir a un ascensor con un desconocido porque, como ha ocurrido en alguna ocasión con otras mujeres, puedo ser violada… ¿alguna de vosotras pondría el grito en el cielo? ¿Entenderíais que cualquier hombre o muchos de ellos organizaran un revuelo por esas palabras? Si realmente somos sinceras responderíamos que eso es algo que ha ocurrido cientos de veces, en algunos casos con violadores reincidentes y que si alguien intentara sacarle partido a esas palabras no sería más que un hijo de señora de moral distraída.

En lo que llevamos de agosto, sin ir más lejos han muerto seis mujeres a manos de sus parejas. Las mujeres hemos sido violadas desde la noche de los tiempos y los hombres han utilizado nuestros cuerpos de las mil y una maneras viles y despiadadas: como venganza para otros hombres, como placer para otros hombres, como manera de enriquecimientos personal y de otros hombres –se me eriza la carne al recordar las fotos de los pechos de una mujer infectados con prótesis de cocaína- así pues que nadie venga a hablarnos a nosotras de violencia física, verbal, gestual o de la que se tercie. Y por eso, por todo eso, por todas las mujeres que han muerto, siguen muriendo o están sometidas a violaciones diarias,  sin derecho alguno… por ellas no podemos consentir que otras hablen alegremente de violaciones o mientan sobre si han sido violadas o no. No podemos permitirlo por la pura dignidad de la Mujer.

Hace unos días ocurrieron dos hechos puntuales sobre los que deberíamos reflexionar, uno: al alcalde de Valladolid se le ocurre la aldonada de decir que “tiene miedo de subir a un ascensor con una mujer por si esta le acusa falsamente de violación”. Y al mundo le ha faltado tiempo para tirársele a la yugular como si estuviera abriendo la veda a la caza de las mujeres que midan menos de uno setenta. Vamos a ver… que está diciendo una verdad como un templo. Que ya está bien de cogérnosla con papel de fumar. Que el que haya mujeres a las que esa idea no sólo nos parezca repugnante sino imposible de realizar no quiere decir que no haya “alguna” que, vaya usted a saber la causa, esté dispuesta a destrozarle la vida. Que les puedo asegurar por mi vida que sé lo que estoy diciendo. Que tengo amigos profesores que tienen que pasar la tutoría con la puerta abierta porque una alumna los acusó de tocamientos y de intentar o conseguir mantener relaciones sexuales con ellas. ¿Y eso quiere decir que todas las alumnas sean unas hijas de puta? Pues no. Pero también es cierto que “una” determinada sí lo ha sido. Tengo amigas que han destinado los ahorros de su vida en comprar una vivienda para que sus hijos vivan en el mismo edificio que ellas con el fin de ayudarles con los nietos y cuyos hijos han sido acusados falsamente de maltrato por sus mujeres y no sólo han tenido que irse de sus propias casas, sino que, al tener una orden de alejamiento de sus mujeres, no puede ni ir a comer a la casa de sus padres.

¿Quiere decir eso que se mienta siempre en los casos de maltrato? Pues claro que no ¡narices!

Y el otro: Una chica de Málaga acusa de violación a cinco jóvenes. Y, comprensiblemente, el mundo se lanza sobre los violadores que fueron linchados moralmente por todos, para descubrir poco después que esa acusación era falsa. Que sí fue verdad que mantuvieron relaciones sexuales dos de ellos, pero consentidas. Y que si hubo alguna violación fue por parte de ella a su propia dignidad como mujer. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cuándo vuelva a haber una denuncia por violación pensamos que puede ser falsa como esta?

Actualmente, en muchos lugares del mundo, la palabra de una mujer vale menos que una mierda, en otros, gracias a Dios, la palabra de una mujer va a misa.

Puede que les parezca una simpleza el ejemplo que les voy a poner, pero yo no lo considero así: tengo un bóxer al que saco a pasear dos veces al día y al que recojo cívicamente sus excrementos, y mantengo una lucha constante con los dueños de otros perros que las dejan desparramadas por donde les pilla. Considero que los que tenemos animales tenemos que ser los primeros en dar muestras de educación ciudadana. Y de igual manera, las mujeres, nosotras que hemos sido violadas sin caridad, por respeto a las mujeres y a nuestros hijos varones, no podemos permitir, de ninguna manera, ni mentiras ni frivolidades sobre nosotras.

 

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