Últimamente recibo muchos correos electrónicos en donde se promueve de manera más explícita que implícita la alegría y la aceptación a cumplir años, de envejecer de la manera más acertada y serena. Correos en donde se da primacía a las mujeres de “cierta” edad que suele ser, casi siempre, la más incierta de todas las edades. Correos en donde se cantan las virtudes de las mujeres maduras que, con la edad, saben lo que quieren y cómo lo quieren y que desprecian números que indican cosas “horribles” como el sobrepeso, la medida de la cintura, los años o el número de pastillas que han de tomar. Correos que parecen haber descubierto el secreto de la piedra filosofal y que, en cierta manera, así es porque nunca, como ahora, se ha revalorizado tanto la mujer… ¿madura? La verdad es que da un poco de “repelús” definir a una mujer como madura para referirse, no a su pensamiento o a su capacidad para razonar, sino a su cuerpo, aunque ¿alguien prefiere una fruta con la aspereza y el amargor que le proporciona estar verde, a otra madura en su punto de azúcar? Probablemente sí. Habrá más de un hombre que diga que sí. Sin embargo, la serenidad, el sosiego, la seguridad, la ternura y la confianza que puede sentir y proporcionar una mujer madura nada tiene que ver con otras actitudes propias de menores años.
Es verdad que hoy las mujeres “maduras” se cuidan… “nos” cuidamos y, aunque despreocupadas de los años, nos preocupamos de incluir en nuestro día a día un amplio espectro de productos ayudadores para mantener la mayor y mejor salud posible: perlas de vitaminas, lecitinas, algas maravillosas y aceites milagrosos. Pero, lo más importante, ya no sólo cuidamos nuestro chasis o nuestra piel con cremas de última generación, que más que componentes fantásticos parecen estar fabricadas con agua de Lourdes, sino que cuidamos nuestro jardín interior. En él vamos desbrozando hierbas, malas hierbas, que dejamos crecer durante demasiados años juveniles. Aprendemos (y ahí reside la sabiduría) a arrojar por ignotos barrancos derrotas acumuladas, armaduras maltrechas y oxidadas que durante bastante tiempo mantuvimos ante nuestros ojos para evitarnos el olvido, para recordarnos a quién o quiénes deberíamos alimentar con nuestros odios. Nos ejercitamos en vivir la magia del día a día porque, cada vez somos más conscientes, los días van siendo menos y cada uno de ellos es un momento maravilloso para celebrarlo. Y, cada día, nos cuesta menos perdonar, olvidar, alejar rencores… Aprendemos que nada podemos hacer para controlar lo que nos ocurra, pero que siempre está en nuestras manos ver qué podemos hacer con ello y cómo gestionarlo. Y que mientras andemos presentando deudas al pasado estaremos arruinando nuestro presente.
La serenidad llega a nuestras vidas, pero no lo hace como un paquete por agencia exprés. Se cuela lentamente por todos y cada uno de los poros de las mujeres de “cierta edad” que ganan, día a día, infinidad de batallas. Porque, no nos engañemos, ser madura en esta sociedad del culto al cuerpo, en esta cultura en donde los mayores, los viejos o las arrugas no tienen lugar, es muy, pero que muy difícil. Hay demasiados prejuicios, demasiada cirugía, demasiada provocación e invitación a imitar a Fausto. Pero también estamos en una sociedad avanzada en donde al llegar a “cierta edad” todavía queda toda una vida larguísima (por fortuna) por vivir. Así que saber que la acción retrocede en beneficio de la contemplación, que determinadas oportunidades que proporciona la juventud quedan mermadas y que ya no se pueden realizar ciertas proezas físicas es fundamental para que la llama de fuego que nos acompañó durante tantos años se convierta en luz para el alma. Luz que ilumina para evitar implicarnos en batallas que ya no son nuestras, pero que, a la vez, hace resplandecer, en todo su esplendor, la nueva y brillante armadura de la serenidad. Esa serenidad que nos guía hacia tantas cosas maravillosas que todavía nos quedan por vivir, tan lejos de esa ansiedad de los menos años. Esa serenidad que enseña a valorar lo que se es muy por encima de lo que tiene, a respetarse a una misma independiente de lo que opinen los demás y a disfrutar de ese jardín que, poco a poco y a lo largo de los años, hemos ido preparando quitando piedras y haciendo germinar las más hermosas plantas para poder habitar más tarde en él.