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Ana María Tomás

Escribir es vivir

JODIDOS PERO CONTENTOS

No voy a utilizar el recurso fácil de decir que andamos jodidos por las actuaciones más o menos acertadas, menos que más, del gobierno porque, además, no podría añadir después el “pero contentos” porque no sería nada cierto. El descontento casi unánime por determinadas acciones políticas va intrínsecamente unido al sentirse jodido. Pero sí les voy a hablar de ese sentimiento demasiado frecuente del ser humano con respecto a la Vida, de ese lenguaje inconsciente e irresponsable (si conociéramos el poder de las palabras no lo haríamos) con el que respondemos cuando se nos pregunta cómo estamos, independientemente de las últimas decisiones gubernamentales. Dicen que lo peor que puede ocurrirnos es que le preguntemos a alguien que cómo está y nos lo cuente. Aunque, por regla general, las respuestas que más frecuentemente podemos encontrar son el “Pssst, así así” (vamos, que su padre sabrá cómo está), o “Tirando” (¿Tirando de la Vida? ¿Se siente un animal?), o “Pasando” (¿Pasando de todo, dejando que todo nos pase o pasando por un imaginario y angosto tubo de la Vida?) o “Luchando” (bien es verdad que siempre hay molinos de viento que se convierten en gigantes, pero no creo que esa actitud beligerante sea la más sana para discurrir por la Vida). Eso por no hablar de la mala elección de las palabras. No es lo mismo decir: “No muy mal” que “Relativamente bien” o “No me puedo quejar” (no se pueden quejar en Cuba o en Venezuela, pero aquí…) a decir: “No tengo ningún motivo de queja”.

No somos concientes del incremento sostenido de infelicidad o, mejor dicho, del sentimiento de infelicidad (a veces ese sentimiento sólo es ceguera para ver las numerosas razones que tenemos para ser felices)

Son pocos, muy pocos, los que contestan ¡Bien! Y no digamos ya los raros especímenes que dicen: “Mejor, imposible”.

Así que, viendo el panorama, ojeando estadísticas sobre medicamentos antidepresivos, ansiolíticos y somníferos no me negarán que la cosa no pinta como debería tratándose de un país situado en lo que llamamos Primer Mundo. Claro que, la idea de felicidad, nada tiene que ver con mayor o menor desarrollo, incluso está demostrado que en los lugares en dónde es durísimo encontrar lo necesario para cubrir las necesidades básicas no existe la depresión y los niños tienen una alegría que los nuestros no conocen. ¿Quién tiene más, un multimillonario con un cáncer Terminal o un indigente sano?

Para empezar, he de decir que pertenezco a esa rara avis que siempre responde a la consabida pregunta con un “Muy bien”. Pienso que esa respuesta alegra a mis amigos y fastidia a mis enemigos, por no hablar del poder que tiene esa afirmación. Yo sí conozco el poder de las palabras. Además, estoy de acuerdo con esa corriente filosófica que promueve que la felicidad es, sobre todo, una actitud. Una actitud totalmente alejada del seré feliz cuando logre…, cuando tenga…, cuando consiga…, cuando me jubile, cuando mis hijos se casen, cuando pueda hacer esto o aquello… Porque de esa manera jamás lo seremos. Siempre habrá deberes pendientes, políticos ineptos o hijoputas sueltos que no nos pondrán contentos por mucho que nos joroben. La felicidad es más la capacidad de distinguir la inmensidad de pequeñas cosas buenas, positivas que emergen desde el océano de las negativas. Sí, ya sé que, a veces, no encontramos demasiadas razones cuando se sufre el desamor, se está en paro o colgado de una hipoteca de por vida o cuando la salud no es como para tirar cohetes, pero, por eso precisamente, por la salud, es necesario que aprendamos a ser generosos, sobre todo, con los disgustos: es mejor darlos que tomarlos.

Aunque sólo sea por controlar un poco más la calidad de nuestras vidas no estaría de más llevar cuidado con nuestras palabras, por si no lo saben, la palabra es creadora y terminamos sintiéndonos de la manera que decimos que nos sentimos y no al revés. Que nos sentimos jodidos, pero contentos, pues démosle la vuelta a las palabras y elijamos sentirnos contentos. Así, sin más, sin coletillas que pongan nubes en nuestro cielo. Que ya vendrán chaparrones sin anunciarse.

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