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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Re-gifting

Yo creo que a estas alturas nadie puede dudar ya de que regalar es todo un arte. Es verdad que son muchos los que sólo tienen en cuenta la cantidad de dinero que quieren o pueden disponer para tal efecto, que no siempre querer es poder, y, por tanto, sólo piensan en un objeto cualquiera que se ajuste al presupuesto y listo el bote. Otros, por el contrario, precisamente porque disponen de poco dinero pero piensan en la persona a la que va destinado el regalo, dan mil vueltas buscando y rebuscando qué podría hacerle ilusión, sorprenderlo o agradarlo.

Bien es verdad que los días siguientes a las visitas de Papa Noel y Reyes Magos los grandes almacenes o los lugares de donde salieron algunos obsequios están hasta la bandera de gente que, no contenta con sus regalos, va a devolverlos o cambiarlos porque, esa es otra, no damos con la talla adecuada, además de fallar con el color y la prenda. Tanto es así que devolver los regalos se ha convertido en todo un movimiento con nombrecito y todo: “re-gifting” ¡re-pijo! que diría algún que otro murcianico. Pues sí, como lo leen: “re-gifting. Y, al parecer, los suecos son los reyes del mambo en dicha cuestión porque un 65% de los suecos lo realizan. Una de dos: o son muy, muy, torpes a la hora de acertar con los regalos o tiran el dinero para arriba y donde cae compran lo que haya debajo.

Yo recuerdo con entrañable nostalgia la cara que ponían mis hijos cuando algún año los Reyes no se acercaban, ni por asomo, a lo que habían pedido. Siempre les repetía que había que soñar a lo grande y que cuando se apunta a la luna puede que no se dé, pero seguro que se llegaba más alto que si se apuntaba a un estercolero. Y, claro, cuando se ponían a pedir… menos mal que no existía el “re-gifting” (devolverlo poniendo, lógicamente, dinero para llegar hasta lo pedido) y se lo tenían que comer con patatas aunque al año siguiente escribieran las cartas en papel de lija por si los Reyes pensaban volver a pasarse la carta por sus reales posaderas.

En vísperas de una de las noches de mayor ilusión, y no sólo infantil, la cuestión de regalar se eleva a categoría de sentimiento porque un obsequio representa siempre lo que sentimos por alguien. ¿Cuántas veces nos decepcionamos al recibir un regalo de alguien a quien amamos y de quien pensamos que nos conoce? Y en eso poco o nada tiene que ver el importe del mismo, sino el sentimiento que ponemos en ello. Un regalo vacío de sentimiento es perfectamente detectable por quien lo recibe y eso es peor que darnos cuenta que el “regalador” ha pensado más en él que en nosotros a la hora de regalar. Y no me estoy refiriendo en esa maravillosa caja de herramientas que el marido regala a su mujer, o la “escapada familiar” al pueblo que la mujer regala al marido, no. Me estoy refiriendo a objetos que se compran por salir del paso, por cubrir expediente, por cumplir, en una palabra. Regalar es un arte porque, dependiendo de cómo se haga, se muestra la valoración que se tiene del destinatario. A veces, una simple carta de amor, un poco de nuestro tiempo, unas ligeras caricias, unas sonrisas oportunas son infinitamente más valiosas que el más valioso de los regalos, aunque, dicho sea de paso, tampoco es cuestión de hacer ascos a regalos valiosos. Yo sé que más de uno diría que prefiere un buen diamante, aunque se lo regalen sin corazón, que una carta llena de corazones. Que ya sabemos que para gustos… además, no creo que en ninguno de los dos casos citados funcionara el “re-gifting”.

Imagino el miedo que tienen que tener en el cuerpo los pobres empleados de los grandes establecimientos. Tiene que ser mentarles Papa Noel o Reyes Magos y despegárseles las carnes: los días previos locos con las ventas y los posteriores con los cambios y devoluciones. A quienes no lo tengan muy claro a la hora de acertar, yo les sugeriría unos papelitos de curso legal estampados con números que pueden variar de 100 a 500. No sé por qué pienso que no habría muchas devoluciones. Pero, si usted es un romántico empedernido, siempre le quedará la opción de regalar un ramo de rosas en donde vaya una de plástico con la nota: “Te amaré hasta que se marchite el último pétalo de este ramo”.

De todas formas, diamante, flores, expresiones amorosas… sean cuales sean los regalos recuerden las palabras de Virgilio: “No confiéis en el caballo, troyanos. Sea lo que sea, temo a los Dánaos (griegos), aun portando regalos”. Pues eso.

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