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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Un pueblo es…

¿Recuerdan ustedes aquella entrañable canción de Maria Ostiz  titulada “Un pueblo es…”? En ella se hablaba de la dignidad de la gente sencilla a la que no se puede engañar con palmaditas en la espalda y del respeto que merecen los ciudadanos frente a los políticos, cosa que puede servir ahora tanto o más que entonces (hablamos de principio de los 70). Aunque, desgraciadamente, la canción se quedaba en un tipo de respeto unidireccional. Probablemente, porque el resto de las “respetuosas” direcciones se le suponía como el ya olvidado valor en la mili. Sin embargo, ahora más que nunca, el respeto no sólo debe fluir del político al ciudadano, sino de éste al político (obviamente al que se lo merezca y haya dado muestras sobradas de limpia honradez y servicio al pueblo) y,  fundamental e imprescindiblemente, debe circular entre los ciudadanos de un mismo lugar, es decir, entre paisanos –iba a decir entre parisinos–.

Hace unos días, ante el terrible atentando sucedido en Paris contra el diario Charlie Hebdo, se dijo que lo habían perpetrado dos parisinos… Y yo, qué quieren que les diga, creo que hay una diferencia, nada sutil, entre nacer en un lugar y ser de ese lugar, ni siquiera se es de donde “se pace” como dice el refrán (“No se es de donde se nace, sino de donde se pace”). Cuando se nace en un sitio al que no se tiene sentimiento de pertenencia ni ganas de tenerlo, la vida se convierte en un habitat peligroso;  ya sabemos lo que ocurre en los seres vivos cuando alguna de sus células es habitada por algo que no es propio de ese conjunto: se produce una infección.

Dicen algunos entendidos que no es cuestión de religión, que ésta no es sino una excusa  para matar, pero lo cierto es que la intolerancia de la que hacen gala los fanáticos islamistas hace muchísimo más daño a sus “paisanos” que cualquier partido político de tintes xenófobos.

Las redes sociales ardieron asegurando que todos eran Charlie Hebdo pero la realidad, todos lo sabemos, es bien distinta, que una cosa es predicar y otra dar trigo; ¿por miedo? ¿por prudencia? ¿por cobardía? Elijan ustedes el motivo que consideren oportuno. Personalmente, creo que la libertad de expresión no precisa que unas chicas semidesnudas irrumpan en una iglesia católicas sólo porque ellas no crean en esa religión  ni, mucho menos, que fanáticos de una religión, ¡de cualquier religión!, obliguen por tegumentos a que una sociedad laica pase por el rígido corsé de sus normas de culto o de su interpretación de ellas, lo que todavía es peor. Como tampoco creo que se tenga que hacer humor con creencias religiosas, lo considero, sencillamente, innecesario. Pero igual son ideas retrógradas y la “Libertad” sea precisamente no respetar más libertad que la propia, vaya usted a saber.

Hablaba también la canción de que un pueblo era y es “abrir la ventana en la mañana y respirar la sonrisa del aire en cada esquina…” El aire sonríe, sobre todo, si trae con él la paz, la concordia, la tolerancia, el respeto y la libertad: palabra cuyas lindes cuesta definir en tantas ocasiones a través de tantas vidas.

Terminaba la canción con el hermoso mensaje  de que un pueblo era “Trabajar poniendo, vida a vida, ladrillo a la esperanza…”. Y aunque resulta tan difícil poner esperanza en donde sólo se ve un pozo negro, la esperanza es lo único capaz de convertir el pozo en un túnel donde al final se vea la luz. Sólo falta rezar a Dios, en todos los nombres en los que sea posible llamarlo,  para que esa luz sea la del día y no la de un tren que viene en sentido contrario… y con alguna bomba.

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