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Ana María Tomás

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JAMON-A DE YORK

Dice E. de Geibel que “La necesidad es la palabra cómoda con la que el culpable se quita de encima la culpa para arrojar en el vacío la traición”. Y, como todo buen culpable, la jamona duquesa de York ha echado mano de su “necesidad” para ¿vender?, por la nada despreciable cantidad de medio millón de euros, a su ex-marido el príncipe Andrés. Teniendo en cuenta que Jesucristo fue vendido por treinta y tres monedas… la monarquía británica no debería estar enfadada con la duquesita. Sin embargo, esa noticia ha supuesto, esta semana, un buen revuelo en los medios de información (para qué vamos a hablar de los revuelos del Gobierno, o como dirían Tip y Coll, aquellos grandes humoristas: “Otro día hablamos del Gobierno”).

Lo peor de todo es que, en realidad, no lo ha vendido, o sea, que le han puesto el caramelo para que ella diera la puñalada y luego… pues eso, que Roma no paga a traidores ni el periodista que le tendió la trampa tampoco.

Yo siempre he mantenido la idea de que nadie es honrado hasta que no tiene la oportunidad de dejar de serlo y la supera, es decir, hay quien nace deshonrado, deshonesto, o traidor, y sólo necesita el momento oportuno para demostrarlo. Y eso le ha ocurrido a la jamona de York, bueno, no ya tan jamona, al parecer ha conseguido vencer a la báscula pero no a sus instintos más… imbéciles, porque hay que ser imbécil para dejarse chupar el dedo gordo del pie derecho ¿o era el izquierdo…? en plena piscina al aire libre, y siendo la mujer del segundo en línea sucesoria al trono del Reino Unido, por otro tío que no fuera su marido. Desde aquel chupón ha llovido mucho, y ella no ha dejado de llenarse de barro.

De todas formas, creo que se ha magnificado la cosa, a ver, ¿quién no ha propiciado algún tipo de encuentro entre dos personas de las cuales una se beneficiaría de la otra? Entre escritores, por ejemplo, siempre hay alguien que intenta que un amigo literato ya encumbrado conozca a otro amigo “escribidor” menos conocido, aunque en esa ocasión el pago sea regocijo para el alma. Y la propia princesa Diana de Gales hizo de intermediaria para que el príncipe Andrés conociera a la jamona de York (y anda que se lució). Claro que es verdad que siempre se procura que la beneficiada sea la persona por la que nuestro corazón se inclina y no al revés, pero es que el dinero es muy mal consejero.

¿Traición? Pues qué quieren que les diga, me resulta mucho más susceptible de denominar así otro tipo de actos a los que les damos otros nombres más suavecitos como por ejemplo echar… “canitas” al aire a espaldas de la pareja, desertar del total de las horas del trabajo, descubrir el secreto de un amigo, dejar con el culo al aire a quien ha confiado en nosotros, abandonar con facilidad juramentos sobre gestiones políticas o económicas… en fin, otra serie de cosas. Vamos, que no es por disculparla, pero creo que con la cantidad de sinvergonzonerías, puestas de mano, y comisiones a troche y moche que están llevando a cabo numerosos políticos de todos los colores en nuestro país, esto que ha hecho Sarah Ferguson, más que traicionar a su ex-marido, a quien ha traicionado ha sido a ella misma. Sí veo algo con lo que no estoy de acuerdo (entiéndaseme, no es que lo esté con el resto de la noticia) es el hecho de salir al paso de la cosa pidiendo perdón, ahí sí que la ha cagado. Ha perdido la oportunidad publicitaria de su vida de anunciarse como la intermediaria más eficaz y cara (conocida, al menos) de la historia real. En lugar de trapichear por las bajuras sobre la posibilidad de conocer a alguien “importante”, si tan bien se mueve en ese terreno, lo que debería haber hecho es aprovechar para decir: “Sí ¿y qué pasa?” Porque lo peor de todo no es ya que una cámara oculta puesta por un periodista haciéndose pasar por un jeque árabe haya conseguido sacar las miserias de una “princesa” devenida en la cenicienta que siempre fue (y es que quien recibe lo que no merece pocas veces lo agradece) aquí la cuestión de fondo sería preguntarnos qué es peor: si mostrar las debilidades humanas o el propio engaño de llevar hasta el límite de la codicia, la soberbia o la avaricia a otro ser humano que, como dijo, no tenía ni un penique ¡pobre! Sólo cuenta con la tristísima pensión de de 17.600 euros al mes. Aquí lo único que me queda claro es que la clase, la categoría personal no la proporcionan ni cunas, ni realezas, ni roces con la misma. Vamos, que aquí el roce no hace el cariño, sino el callo. Aquí la condición, la calidad, la calaña de cada cual viene, con el nacimiento, pegada en el reverso del corazón.

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