Empecemos aceptando que la medicina no es una ciencia exacta. Empecemos asumiendo que, cuando se olvida el refrán de “Lo que el médico yerra lo tapa la tierra”, nos queda el reconocimiento firmado por el paciente de que, al ponernos en una mesa de quirófano, puede ocurrir cualquier cosa. Empecemos admitiendo que, por conciencia, vocación y honor, cualquier facultativo quiere lo mejor para sus pacientes. Pero si aceptamos todo eso también hemos de aceptar que el enfermo, deje de ser “paciente” y tenga todo el derecho del mundo a impacientarse buscando la mejor solución a su enfermedad y que no siempre puede venir de la medicina convencional. Y la prueba la tenemos en tantos lugares remotos donde la medicina no existe ni como palabra y ahí está el chamán de turno haciendo lo que puede. No es que nuestros chamanes de bata blanca no hagan lo mismo pero, entre ambos casos, hay una gran diferencia: el chamán no tiene en sus manos las ventajas ni las presiones de las grandes farmacéuticas.
Llevo una gran parte de mi vida (hay ciertos asuntos que sólo se tiene derecho a hablar de ellos cuando se experimentan en carne propia) buscando diferentes remedios a una infección recurrente y resistente a todo tipo de antibióticos. Y, agotada de que la medicina convencional no solucionara mi problema, decidí buscar en todo tipo de remedios mal llamados “alternativos”, denostados, además, de la manera más irrespetuosa en algún que otro blog. Y no, no crean que cuando lo hacen se refieren sólo a curanderos del tres al cuarto que pretenden curar la polio con friegas de alcohol de romero, sino que meten en el mismo saco, como pseudociencia, a la importancia de la alimentación o de las emociones negativas en la salud; a la religión, considerada como “opio del pueblo”; y al valor de la palabra en las enfermedades psíquicas, entre otros muchos…, según ellos, engaños. Confieso que en ese arduo camino he buscado la sanación en la homeopatía; acupuntura; sintergética; haciéndome vegetariana; practicando yoga; equilibrando chacras; con reiki… Y aunque en el citado blog se tache de “vergonzoso” decir que el reiki alivia a los enfermos de cáncer, lo cierto es que es verdad. A nadie puede hacerle daño que alguien lo bendiga y le deseé lo mejor y, a veces, hasta funciona y resulta que mejoran o que necesitan menos calmantes que otros que no reciben esa cosa horrible y engañosa de la imposición de manos de la que ya habla el Evangelio, ¿efecto placebo? Ustedes pueden creer lo que quieran. A mí sólo me preocupa que funcione, el cómo es lo menos. Y, por supuesto, en la luz de mi fe –en mi vida tengo milagros suficientes como para creer que son posibles–.
Sin embargo, en esa búsqueda, me llamó poderosamente la atención la obstinación que encontré en diferentes lugares a desaconsejar un producto “milagroso” y sanador que según personas que, para mí tienen una autoridad moral, recomendaban; personas como Teresa Forcades, monja benidictina, doctora, conocida por sus posiciones feministas y sus manifestaciones críticas con algunas gestiones de las grandes farmacéuticas –pongamos que hablo de la gripe A–; o Bigas Luna, director y guionista de cine; o Josep Pamies, un campesino catalán impulsor de “La dulce revolución” y el uso de la estevia como el mejor y más sano de los edulcorantes, antes de que la prostituyeran las empresas comercializadoras; o un tal Andreas Kalcker, detenido, incluso, por dar conferencias al respecto…, entre otros muchos, en fin, una serie de personas que me hicieron debatirme entre el miedo que metían en el cuerpo quienes no lo habían probado y la confianza y seguridad de su eficacia entre los que sí lo habían hecho.
Pero, como “de perdidos, al río”, busqué, aquí y allá el innombrable producto –y no se puede nombrar porque te crujen vivo– que, a pesar de ser baratísimo, y de curar (según Kalcker) en Uganda a más de un centenar de enfermos de malaria en cuarenta y ocho horas por menos de diez euros, está absolutamente prohibido su uso y difusión, ¿será por lo barato? ¿o por lo eficaz?
De sobra sabemos que la normativa suele ser un tren que va detrás de los vagones. La vigencia social es algo que va por un lado y la burocracia y, o intereses, vaya usted a saber de qué tipo, van por otro. Lo único que es cierto es que cada vez somos más frecuentes los “raros” y los médicos sorprendidos por… remisiones espontáneas, es decir, desaparición de las enfermedades por arte de birlibirloque. Y miren por donde yo he tenido una tras muchos años de dolencia.
Y es que… no se puede tapar el sol con un dedo.