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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Peculiar iniciativa

Sin ánimo de insultar, nada más lejos de mi ánimo, pero sí de recoger el sentir general del respetable, admito que las aficiones extremas de los equipos de futbol –lo que hemos dado en llamar los “juligans”– están llenas de “bicabronato”, o sea, todo aquello que es doblemente cabrón. Todavía tenemos los funestos ecos del encuentro, más bien batalla campal, entre los radicales del  Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña. Bueno, pues, al parecer, algo así como lo ocurrido en el Manzanares y que para nosotros fue extraordinario, es lo que suele ocurrir, día sí y día también, con los radicales del  Recife, el equipo de futbol de una ciudad situada al noreste de Brasil y que cada celebración de partido acaba como el rosario de la aurora, con una violencia extrema y un montón de heridos.

Así pues, los responsables del Recife, hartos de ver cómo cada fin de semana sus radicales se peleaban en el estadio, anduvieron dándoles vueltas al coco para ver de qué manera podían controlar a los incontrolables hasta que, de pronto, algún cerebro brillante tuvo la ingeniosa idea de contratar a las madres de los ultras del equipo para tratar de evitar cualquier incidente violento.

Confieso que me hizo mucha gracia ver a un numeroso grupo de mujeres de todas las edades enfundadas en unos chalecos amarillos con la inscripción “Segurança mae”, o, lo que es lo mismo: “Madres de seguridad”. Pero lo cierto es que esa idea está funcionando maravillosa e increíblemente. Treinta madres bastaron para que de las gradas no se moviera nadie a discutir o pelearse con los aficionados del equipo contrario. Treinta mujeres capaces de defender la paz y el orden, y mantener a raya a unos chicos famosos por montar un altercado tras otro, semana tras semana.

Estoy convencida de que muchas de esas mujeres no son las más preparadas, ni física ni intelectualmente, para enfrentarse a un trabajo de estrategia policial de semejante envergadura, pero también lo estoy de que son mujeres que siempre han querido lo mejor para sus hijos, aunque ellas no hayan sabido o podido proporcionárselo y, sobre todo, estoy segura de que, en palabras de José Martí, “La única ley de la autoridad es el amor” y de que, por tanto, a quien se le ocurrió la idea de poner en el estadio a esas madres sabía muy, pero que muy bien lo que hacía. Por muy ultra que sean, por muy violentos… una madre es una madre y, por poco respeto que se tenga a todo, siempre queda el suficiente para rendírselo a la mujer que nos dio la vida. Sé que podrían decirme que parte de que esos chicos se comporten así quizá la tengan ellas porque son los padres quienes educan y preparan para la vida, que son los padres quienes deben poner límites, enseñar valores, instruir sobre el respeto, mostrar “amorosamente” la autoridad que, sin ese amor, podría ser un autoritarismo impuesto y no ganado, lo sé. Pero también sé que “el hombre es él  y sus circunstancias” y que estas no siempre son apropiadas para sacar lo mejor de él. Que no es igual criarse en un ambiente acomodado que en uno en que tengas que luchar cada día a brazo partido para conseguir lo más elemental. Y, sobre todo,  sé que tampoco es lo mismo educar a un chico pacífico que a un “bicabronato”, sea cual sea el lugar de origen, de crecimiento o de circunstancias.

Un chiste cuenta un aviso a la policía: “Herido grave, varón. Su madre le ha arreado de lo lindo por pisar el suelo recién fregado”. “¿La han detenido?”. “No. Todavía está mojado el suelo”.  Y… probablemente algunas de esas madres sean tan violentas o más que sus hijos y hasta puede que, más que respeto, les hayan detenido el temor a la posible colleja que puedan recibir de ellas. Y puede ser que se sientan orgullosos de ellas y quieran hacer todo lo posible para que puedan seguir con su trabajo de controladoras. Pero, sea cuales sean las variables que han mantenido a los violentos en sus asientos, en todas ellas entra la figura de esas mujeres y la realidad es que ha funcionado, por amor o temor no han querido pelearse delante de sus madres y con ello, está claro: no sólo ha ganado el estadio o su directiva.

 

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