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Ana María Tomás

Escribir es vivir

El marido de Isabel, la católica

Durante mucho tiempo se asociaba la falta de conocimientos, que no de cultura, con la falta de medios económicos. Los hijos de las familias más humildes comenzaban a trabajar con apenas diez años y lo mismo ocurría con las niñas a las que “ponían con amo”, palabra que no soporto ni para los dueños de perros. Y no, no estoy hablando del  tiempo de Maricastaña. Miguel Delibes lo borda con sus inocentes santos, sabios en el arte de sobrevivir y humildes analfabetos.

La falta de conocimientos, como la de moral, se trataba de llevar lo más oculta posible. Se disimulaba como mejor se podía o sabía pero, por encima de todo, se trataba de reparar en la medida de lo posible, había un afán de superación para conocer lo fundamental: las cuatro reglas, que se decía para referirse a la suma, resta, multiplicación y división. Los ríos más importantes, y la historia elemental en la que no faltaban los Reyes Católicos. Hasta la más persona más desinformada sabía que ese título correspondía a Isabel de Castilla y a Fernando de Aragón.

Les digo todo esto porque hace unos días mi hijo me mostró desde su móvil un video sobre una serie de preguntas de cultura básica realizadas a los concursantes de un programa televisivo de cuyo nombre no me da la real gana de acordarme. Las preguntas… “¿Gentilicio de los nacidos en Barcelona?” “¿Comollll? ¿Gentillicio…? ¿Y eso que e? Pues… la Sagrada Familia” Y dando gracias que, al menos, identificó y asoció un monumento a la ciudad. “¿Qué es el Esperanto?” “Esperanto… Esperanto… Pos está claro: una persona que espera” Esperanto no sé, pero esperpento… un rato largo. “Si hablamos de Ramón y Cajal ¿a cuántas personas nos referimos, a una o a dos?” “Hummm… a dos. Está claro” Más claro imposible. Anda hija y que la Inmaculada y la Concepción te iluminen. “¿Qué me pasa si soy estrábico?” “Queee… esa la sé: que confunden colores”. Pues claro. Y los daltónicos son de Daltonia. “¿Cuánto tarda la tierra en dar una vuelta alrededor del sol?” “Veinticuatro horas, ¿no?” ¡Dremiadelamorhermoso!  Sí, hija, centrifugando y que la fuerza centrífuga te largara a algún agujero negro. Creo que la muestra es suficiente para que se hagan una ligera idea del nivelón que lucían los cerebritos, vamos que no les estaban pidiendo la Tabla Periódica. Pero cuando llegó el turno de “¿Quién era el marido de Isabel, la Católica? Y la chica respondió: “Verde” ¿Verde? Como no sea verde de alcornoque… Confieso que se me cayeron los palos del sombraje, los verdes y los maduros… Por Dios, qué despliegue de imbecilidad en chicos que han tenido todas las oportunidades de aprender, de cultivarse, de prepararse para hacer del mundo que han recibido un lugar mejor.

Da náuseas alguna cadena televisiva. Producen en nosotros las arcadas mientras ella vomita a musculitos sin cerebro y a chicas vacías cuyos únicos méritos consisten en demostrar al mundo quien de ellas es más golfa -nada de ocultar cameos de una noche y mejor si hacen fotos del momento-,  y quién de ellos consigue antes vender la exclusiva del encuentro amoroso.

Hasta hace poquito, parecía reservarse el ámbito de la idiotez extrema a los concursos de belleza. Recuerdo que a una de ellas, un miembro del jurado, mentecato, (hay que serlo para realizar semejante pregunta a semejante… “respondiente”) le preguntó que qué sabía de Rusia. No sé si ustedes conocen el chiste de  un andaluz y un ruso que  se encontraron en un compartimiento de tren y, tras averiguar el ruso el lugar de procedencia del otro, se puso a glosar las excelencias de la tierra andaluza: “Qué marravilla de tierra, separrada de la Meseta por Sierra Morrena, bañada por el río Guadalquivir, de clima cálido y seco, de larga historia: tartesios, romanos, árabes, cristianos; de herrmosísimas mujeres y de hombres valientes…”

El pobre y anonadado andaluz se tomó la molestia de preguntar de dónde era nuestro versado hombre: “De la estepa rusa”   contestó éste. “Azique de l´aestepa ruza… Mucho frío en Ruzia… Mu buena la enzaladilla… Oiga y mu requetebueno los polvorone.

Si, al menos, la chica hubiera sabido el chiste podría haber contestado algo así, en lugar de sonreír y decir algo parecido al “Verde” de la pregunta de sus católicas Majestades.

Decía que antes se ocultaban como una vergüenza ser inculto o pendón desorejado, ahora, por el contrario, son los protagonistas del éxito de las cadenas que los muestran al mundo con escarnio convenciéndolos de que son estrellas para, una vez rentabilizados, dejarlos caer desde ese falso cielo de cartón piedra hasta el más duro y real empedrado.

 

 

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