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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Maestro eso no se toca

¿Recuerdan ustedes aquella entrañable canción de Joan Manuel Serrat, titulada “Esos locos bajitos”?  En ella se hablaba de la irrupción de los hijos en nuestras vidas, de la necesidad de domesticarlos por su bien. De cómo nos sacaban de nuestras casillas con sus juegos. Y de lo poco que teníamos en cuenta su necesidad de descubrir la vida a través de la turbulencia de su comportamiento. El estribillo decía: “Niño deja ya de joder con la pelota. Eso no se dice. Eso no se  hace. Eso no se toca”.

La canción tiene ya bastantes años. Los suficientes para que el rostro de la sociedad haya cambiado sustancialmente. Cuando a los padres, sobre todo a las madres, les jorobaba el comportamiento de los niños era porque tenían suficiente tiempo como para estar con ellos, como para cansarse de su actividad y hasta para reprochársela. Sin embargo, ahora cuando los padres pasan la mayor parte del tiempo trabajando fuera de casa, cuando los abuelos ¡pobres abuelos! ejercen como padres -una responsabilidad que no merecen que carguemos sobre sus hombros-, y cuando los niños pasan, más que nunca, hambre de estar con sus progenitores… Ahora, se ha puesto de moda una corriente presencial paterna impuesta o colada con vaselina, pero cojonera donde las haya, en donde todos los centros escolares celebran las famosas graduaciones, desde las guarderías hasta la universidad. Así como las funciones de Navidad y fin de curso en “jornadas de puertas abiertas”. Sobra decir que los padres han de implicarse en todo lo que sea posible en la educación de los hijos pero como quiera que han sido numerosas madres las que me han enviado un S.O.S., aquí estoy en carta abierta a los centros escolares intentando hacerles reflexionar sobre cómo unos actos preciosos e inocentes pueden convertirse en una auténtica tortura para los padres y un sufrimiento inútil para los niños.

Me contaba una madre, llorando sin consuelo, cómo su niña la había tratado de mala madre porque no había asistido a su graduación de Infantil.  La mamá entendía que la rabia y el dolor que proyectaba la niña en ella no era más que una pequeña muestra de la frustración que sentía la criatura. Pero es que la pequeñaja no se avenía a razón alguna. Los padres trabajaban los dos, puesto que, y aquí viene la madre de todos los problemas: estas cosas se hacen en horario escolar pero no cerrado para el Centro, sino abierto a la familia. La abuela materna, que es la que se encarga habitualmente de llevar a la cría al cole, recogerla y cuidarla, no podía asistir porque, por si no lo saben, sobreexplotamos a los abuelos y cuando son varios los hijos, suelen ser numerosos los nietos de los que tienen que encargarse. Los abuelos maternos y paternos se turnan para cuidar de los nietos, hasta la noche en que los recogen los padres. Les decía que la abuela tenía otros dos nietos en casa, de apenas meses, cada uno de un hijo y no podía acudir al centro con dos cochecitos de bebé. Y el abuelo se reponía de una operación. El panorama de paternos no variaba demasiado. Así que, desgraciadamente, la niña se quedo “sola” en el acto “más importante” de su vida: su graduación.

Las “graduaciones” como  las “fiestas de fin de curso” o las “funciones de Navidad” en donde tan importante es haber sido seleccionada para hacer de Virgen María como para hacer de pino o para aplaudir,  son algo hermoso para hacer y disfrutar en el Centro, desde el Centro y para el Centro Escolar. Y todos los maestros deberían ser conscientes de que. al hacerlo en horario escolar. muchos, pero que muchos padres no pueden sonreírles a sus hijos, levantarles la mano para que los localicen, o hacerles fotos. La solución es bien sencilla si son capaces de ponerse en la piel de esos otros padres: hacer el acto por la noche a una hora en donde los papás ya hayan terminado de trabajar o, simplemente,  hacerlo cuando consideren que pueda ser una buena hora dentro del horario escolar, pero para uso y disfrute “únicamente” de los usuarios internos del Centro. Y dejar que los padres sigan brillando como héroes trabajadores en lugar de cómo villanos traidores a sus hijos. Y, por supuesto, reconocerles a los pobres abuelos su derecho a no tener que suplir a sus hijos más de lo necesario.

Queridos maestros y maestras, todos hemos dicho alguna vez a un niño: “Eso no se toca”… Igual estaría bien replantearse hacer las cosas de otro modo y no tocar el alma de los niños con un dolor innecesario.

 

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