Son muchas las películas en donde el “Bien” se pasa todo el tiempo combatiendo al “Mal”. En algunas se muestran ambos extremos sin paliativo alguno. En otras, tanto en uno como en otro, se filtran vetas del contrario mostrando, como la vida misma, que en el ser humano no todo es negro o blanco sino una buena gama de grises. El mismo demonio antes de ser Luzbel, fue Luz Bella y, ahora tan moda de nuevo Star Wars, Darth Vader, antes de ser el malísimo de turno, fue Anakin Skiwalker.
También, como en la vida misma, el “Bueno”, algunas veces, suele tener claras las pocas posibilidades de reinserción del malvado y en la última persecución, cuando tras muchos vericuetos, jugarretas y golpes lo tiene a tiro, no le tiembla la mano para librar al mundo de semejante bicho. En otras ocasiones la bondad lo pierde y piensa que, tal vez, con una nueva oportunidad… si es capaz de valorar que tiene su vida en manos del enemigo y que este le perdona… si hay algo bueno en él, aunque sea en lo más profundo y remoto de su alma… todavía es capaz de traerlo del lado oscuro a la luz. Entonces el “Bueno” lo mira desde el fondo de sus ojos intentando decirle todas esas cosas…, baja su pistola y le da la espalda para marcharse. Es justo en ese momento cuando el “Malo”, torva la mirada y enclavijado el rostro por la afrenta de clemencia que es incapaz de comprender, desliza la mano hasta el tobillo, desenfunda despacio una pequeña pistola escondida bajo la pernera, apunta por la espalda al corazón de quien acaba de perdonarle la vida y vacía el cargador.
Se suele decir que “La realidad supera siempre a la ficción”. Y es así. Seguro que a muchos de ustedes les ha pasado que, desde su butaca del cine, cuando ocurría la escena de “la nueva oportunidad”, desde lo profundo de sus corazones les nacía una inútil voz que les gritaba pulmones abajo expandiéndoseles por la sangre y los músculos: “¡¡¡Nooooo!!! No le des la espalda. No es como tú. Mira. Vuelve la cabeza que te va a matar…” Y, como en el cine, en la vida misma, a veces, desde nuestro asiento de butaca distanciado podemos ver cómo a nuestro alrededor otros bondadosos vuelven de continuo la espalda a sus enemigos mientras son acribillados por aquellos a quienes perdonaron la vida.
La desgracia o la fortuna de la cosa es que ni en el cine ni en la vida real sirven los avisos que damos o que nos dan para advertirnos del peligro, en casi todos los casos hay una pantalla por medio que impide que lleguen las recomendaciones de aquellos que ven con total claridad que se juegan o nos jugamos la vida.
Hay un aleccionador cuento para cuando somos niños que nos advierte de tener mucho cuidado con lobos que vienen disfrazados con piel de oveja, porque, si los tratamos como tales y les abrimos nuestras vidas y nuestros corazones, terminan devorándonos. E incluso el Evangelio de los cristianos: todo amor, perdón y misericordia, nos previene de que andamos como ovejas en medio de lobos, recomendándonos ser sencillos como palomas y astutos como serpientes. Pero, claro, ésta, como el resto de recomendaciones que nos avienen a tan difícil equilibrio, son complicadas de llevar a la práctica porque o bien terminas desconfiando de todo el mundo o bajas la guardia y recibes galletas hasta en el carné de identidad.
Teniendo en cuenta que, sin llegar a los extremos, que los hay, todos somos un poco Mr. Hide, en este “mézclese y agítese” de la vida, donde al final de la partida, como dicen del ajedrez: “el peón y el rey vuelven a la misma caja”… ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo preservamos el corazón para que no nos lo hagan añicos las traiciones? ¿Cómo nos guardamos de ese monstruo de maldad cuando es posible que, aunque no nos afecte de manera directa, resulta ser la mujer de tu hermano, el hermano de tu marido o el novio de tu mejor amiga?…
En mi libro “Miradas Cómplices” yo escribí: Ocurre algunas veces/ -más bien pocas-,/ que la vida te ofrece en bandeja de plata/ el cuchillo y el cuello de tu mortal enemigo/ y tú, entonces, apartando ambas cosas,/ sonríes. / Y por vez primera/ le muestras tu espalda y caminas./ Ahí está tu triunfo./ Y tu postrera venganza.
Con esto quiero decir que, probablemente, yo sería una de las que recibiría la bala en el corazón por la espalda. Pero comencé diciendo que hay diferentes formas de encarar la maldad y a mí me gusta creer que tal vez regrese a tiempo el Dr. Jekyll.