En la judicatura suele decirse, tras escuchar a las partes correspondientes a un juicio: “Visto para sentencia”. Y ahora para casarse, en según dónde y con quién, también se puede decir algo así aunque cambiando la palabra “sentencia” por “casados”, si bien, dicho sea de paso, entre una sentencia y una boda a primera “visto” no creo que haya mucha diferencia.
Hace un mes, más o menos, que terminó el concurso televisivo en donde unos señores se casaban con unas señoras que no habían visto en la vida hasta llegar al momento del altar, pero dados los resultados finales, no me resisto a hablarles de ello. Viendo un día el programa, mi sobrina pequeña me preguntó si era verdad que había culturas en donde no se conocía al marido hasta la boda. Y yo le respondí que sí, que eso ocurría en todas las culturas y en todo el mundo. Pero a lo que vamos, los responsables de andar buscando como locos programas morbo donde servir al espectador, saturado de todo, algo que sea novedoso, epatante, y que lo mantenga pegado a la tele semana tras semana, han creído encontrar la gallina de los huevos de oro con los programas en donde se graba a tiempo real la reacción de un grupo de personan encerradas como cobayas en un casa forrada de cámaras televisivas, y…, en una vuelta de tuerca más, han pensado qué ocurriría si hubiese lazos que unieran a tales ratoncitos. Yo he de confesarles que, si bien no soporto los “Gran Hermano”, me encantan esos otros programas en donde intentan tocarle al amor, de alguna manera, los tegumentos; porque pienso que el amor puede morir de todo, pero también puede nacer de nada. Y yo siempre he sido una romántica nata.
Pienso que el verdadero amor no es nunca una broma sino todo lo contrario, que si hay algo que ignora el amor es el humor negro, y ciertas proposiciones televisadas, por muy humorísticas que resulten, son particularmente peligrosas cuando el vínculo amoroso no pasa de ser un espejismo, una farsa. Aun así aposté por cuatro de las cinco parejas que se sometieron al experimento. La quinta se me descolgó del panel amoroso en el minuto cero, cuando él fue a darle un beso y ella mostró la misma cara de repugnancia que si la hubieran dejado caer en una pila de de cucarachas, ratones y serpientes -es para que ustedes se hagan una idea del extremo de la cosa-.
Siguiendo el experimento, tras la luna de miel, se les conminó a unas semanas de separación. A veces, la ausencia es capaz de arrancar la espoleta de esa bomba de relojería sin que seamos capaces de hacer nada por evitarlo. Recuerdo la película “Memorias de África” en donde la protagonista, apasionadamente enamorada de un cazador de elefantes, espera siempre el retorno de su amor y, a pesar del sufrimiento que le producen sus continuas ausencias, jamás disminuye su ternura o su pasión por él. Es un amor hecho de equilibrios entre encuentros y ausencias, que nada tiene que ver con el desgaste de la cotidianidad de la continua permanencia. Pero el amor que expone la película (aunque sea de película), al igual que ese otro amor de los “Puentes de Madison” es el amor maduro de la vida (¡ojo! que nada tiene que ver con la edad), el amor elegido cada día (porque cada día hemos de elegir), y sólo al que podemos serle fiel, no por imposición de normas, sino porque en nuestra retina no existe otra figura que la del ser amado, y nuestro cuerpo nos reclama una y otra vez el contacto con esa piel que conocemos y anhelamos, y toda nuestra alma es metal líquido que sólo admite el molde del alma amada para poder configurarse, y porque conocemos la gloria cuando estamos con él y el infierno cuando se aleja de nosotros…
Pero ahí me tenían ustedes, buscando cada semana el triunfo del amor a primera vista. Desgraciadamente nunca llegó para esos concursantes. Y es que… si a algún guionista le interesa conocer los mecanismos del amor… que se deje de estúpidos pobres diablos con complejo de cobayas y que lea a Catulo, Propercio, Platón, Dante, Petrarca, Góngora, E. Bronte, Choderlos de Laclos, Shakespeare, Quevedo, Garcilaso, Lope de Vega, Navokov, Octavio Paz, Bécquer, Neruda… y a tantos y tantos que dedicaron su vida a decirnos que el amor “Es yelo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñando bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado”. O bien, “Creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño: esto es amor. Quien lo probó lo sabe.” Pues eso.