No. No me he confundido. El consabido “cierra los ojos y abre la boca”, por regla general, suele venir desde alguien que nos ama y pretende regalarnos un bocado exquisito e inesperado -mi madre solía hacerlo cuando mi hermana y yo éramos pequeñas y nos preparaba algo que sabía que nos encantaba-, ya se sabe que “cocinar es hacer trozos de amor comestibles”. Por eso, insisto, no me he equivocado al decir que, de momento, abran los ojos, vamos, es que se les van a abrir: como platos se me pusieron a mí ante la noticia de que en Londres, en pleno corazón de la ciudad, se ha abierto el primer restaurante nudista, y no por la cosa en sí, aunque, ¡Manda narices!, que no estamos hablando de a pie de playa,sino porque, desde antes de abrir sus puertas, ya tiene una lista de espera de treinta y ocho mil personas, ¡38.000!, como lo leen.
A ver, que una no es una mojigata y no se va a escandalizar porque alguien decida comer en pelota picada, de hecho eso sería lo más natural si te encuentras en una playa nudista, solo en cualesquiera de las casas de nuestra hermosa región un día de cuarenta grados o si estás en lo alto de un árbol como protagonista de un programa de Nathional Geographic, pero, seamos sensatos, desnudarse para entrar a comer como si se fuera a la ducha, en un lugar público, y con el frío que suele hacer por aquellos lares… que digo yo que en lugar de guardarropa tendrán que poner un almacén con personal especializado en manipular prendas íntimas. Vamos, que una cosa es ser naturalista con naturalidad y otras ser naturalmente gilipollas. Por no hablar de lo antihigiénico que tiene que ser colocar las posaderas… vaya usted a saber sobre qué, puesto que los asientos, así como las mesas, son trozos de troncos de árbol, que no me extrañaría que ante tanta… “sustancia” reverdecieran o convirtieran el restaurante en un criadero de hongos.
Y, ahora, creo que ya sobra explicar lo de cierren la boca: si los cocineros siguen el protocolo de “haaaala a la aventura” encontrar un pelo en la sopa puede ser lo de menor importancia, el tema pasaría a dilucidar de qué lugar de la anatomía humana procede.
Qué quieren que les diga, a mí también me gusta innovar gastronómicamente, probar nuevas ideas, añadir o suprimir sustancias que pueden mejorar una carne, tanto si es para comerla cocinada o cruda -sobre todo, si es para comerla a besos-, sonreír con el ingenio de algunos creadores, como los autores de un anuncio en donde los platos, en lugar de nombres tan ridículos como “sabor escondido de mar entre mantecosas hijuelas de tierra” para designar las fabes con almejas de toda la vida, o tortilla desestructurada para encontrarnos con un montón de patatas mal fritas y un vasito con el huevo crudo aparte… que… ¡tela marinera!, pues les han puesto nombres que recogen ideas con las que muchas mujeres se sienten identificadas aunque por imperativos sociales nos cuesta asumir, tales como “Tengo patas de gallo ¿Y qué?” o “No he ido al gimnasio porque no me da la gana”. Eso sí es originalidad.
Aunque he de reconocer que para singularidad con “las cosas del comer”… la guasa que le echó un chaval en uno de esos restaurantes que pueblan los centros comerciales en donde eliges la comida, la pagas -antes de que la cocinen-, das un nombre y esperas a escucharlo por los altavoces para ir a recogerla en una bandeja y sentarte en una minimesa a consumirla. El payo la encargó a nombre de “Estoy muy bueno… Y lo sabes”, la cosa no hubiera tenido mayor importancia si no hubiera sido porque el camarero que tenía que vocearlo era un chiquilicuatre enclenquillo la criatura y tan poco agraciado por la naturaleza que verlo lanzando al viento tal afirmación, mientras entre dientes se acordaba de todos los muertos del gracioso… provocó la conmiseración y la hilaridad de los presentes, a partes iguales.
Francamente, no creo que me convierta en cliente del restaurante londinense y no porque haya una larga lista de espera o porque sea bastante friolera, tampoco porque me pille algo lejos, en realidad, me ha pillado haciendo dieta… de gilipolleces. Así que…