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Ana María Tomás

Escribir es vivir

“La manada”

El principio de Hanlon dice que “Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez”, pero yo, francamente, cuando analizo algunas actuaciones de determinados sujetos… no sé en qué cajón meterlos.

En la fiesta de los sanfermines de este año, cuando saltó la noticia de la violación de una joven de diecinueve años por parte de varios individuos, recuerdo que yo escribí de aquello intentando poner la mirada, la fuerza, el convencimiento… en que si cinco energúmenos, probablemente bebidos, habían dejado salir la fiera que a todos nos habita, también había salido, de manera abrumadora, la respuesta de repulsa por parte de casi toda la población. Quise pensar en esa sutil y estúpida diferencia que separa el homicidio del asesinato aunque el resultado sea el mismo, es decir, cargarse a alguien, pero hacerlo de una manera premeditada o que sea algo que suceda en un acaloramiento.  Yo deseé dar un voto de confianza, una vez más, a la máxima de que “el hombre es bueno por naturaleza” aunque esa naturaleza a veces esté asalvajada y brote de ella alguna hierba venenosa.

Sin embargo, poco después se supo que esos salvajes conocidos como “La manada” solían actuar así en diferentes localidades de nuestra geografía en los días correspondientes a sus fiestas patronales (se les conoce otra violación igual). Poco a poco se han ido desvelando detalles morbosos y repugnantes de sus vidas y de su proceder hasta llegar, hace unos días,  a la publicación de los mensajes que se cruzaron la noche de los hechos quienes se autodefinen como lobos y a los que no les pareció suficiente drogar y violar los cinco a una chica de dieciocho años en un portal de Navarra (sabe Dios las veces que lo habrán hecho impunemente puesto que antes de violarlas las drogaban y luego las abandonaban a su suerte), sino que, además,  grabaron la fechoría y se la intercambiaron entre todos: los que lo habían hecho y otros no menos culpables que los jaleaban en la distancia babeando porque ellos no podían estar haciendo lo mismo.

Todos esos individuos llevan un tatuaje con un lobo (qué agravio para semejante animal), uno de ellos, además, con una inscripción: “El poder del lobo reside en la manada”. Lo que está claro es que el poder de los cobardes reside en la alevosía, la nocturnidad, la fuerza que da medirse con un débil que además está drogado, anulada su capacidad de defensa…, y, desde luego, estar junto a otros tan cobardes y canallas como él: “Cabrones, os envidio” o “Esos son los viajes guapos” fueron, entre otras, las respuestas que los “lobos” ausentes dieron al mensaje, acompañado de foto, de: “Follándonos a una entre los cinco/  jajaja/  puta pasada de viaje”. No tengo palabras, sobre todo para poder entender que en la foto en la que salen los cinco cabrones se les oculte el  rostro. ¿Para qué? ¿Para evitar que alguien les haga lo que ellos se han estado dedicando a hacer?

Una amiga me envía un recorte de periódico americano en donde se publica la noticia de que “dos ladrones entraron a robar en casa de un tal Harry Harrintgton, alías “el hombre lobo”,  y acabaron  siendo violados durante cinco largos días por el mentado,  un gigante de ciento cuarenta kilos de peso y dos metros de altura. Un depredador sexual gay, para más señas, quien les descubrió en plena faena y que les dio una paliza de mucho cuidado antes de vengarse de tal manera(…)”. Y, claro, una lee estas cosas… y le parece que el mundo es un poco más injusto si cabe, de lo ya conocido. Según la Ley del Talión, a esos dos pobres ladrones deberían haberles robado en sus casas mientras ellos robaban en la ajena. Pero según esa Ley, que para mí es realmente el principio fundamental de la justicia efectiva -nada que ver con la suministración, que no administración, de leyes-, a todos los canallas violadores deberían hacerle lo mismo que a sus víctimas. Qué me dicen, si no, del último caso conocido hace unos días: una chica de diecisiete años, en Argentina, fue invitada, a la salida del colegio, por un joven a tomar algo en su casa, allí los esperaban otros dos individuos talluditos que drogaron a la joven con grandes cantidades de cocaína para posteriormente violarla con un palo que la traspasó y le causó la muerte por un “shock cardiaco similar al que sufre una persona bajo tortura extrema”.

¿Dónde queda la bondad natural?

¿Siempre ha de ser un lobo el hombre para el hombre?

Qué podemos hacer las mujeres del mundo ante ese magna negro donde hierven los instintos más criminales de las manadas? ¿De verdad se puede atribuir tanta crueldad estupidez? Yo creo que no.

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