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Ana María Tomás

Escribir es vivir

La Nochebuena se viene

Siempre he estado convencida de que la Navidad es como la lluvia, nunca viene a gusto de todos. Que nos lo digan a los murcianos esta semana con el agua bendita que ha caído, aunque esa no sea la opinión de quienes han perdido cosechas, casas, negocios o familiares. Con gusto o sin él, con Nochebuena y lluvia sólo podemos hacer lo que nuestro refranero dice: dejarla caer. Eso sí, siempre nos queda la elección de disfrutarla o quejarnos de ella. Yo la disfruto, me gusta ir deseándoles a los demás felices días sin que me tomen por una lunática. Y eso, por desgracia, sólo ocurre en Navidad. Eso y la  avalancha de videos prefabricados para estas fechas, en donde se suele felicitar la Navidad de mil y una maneras:  la clásica de toda la vida o de la forma más  original. O bien, hacernos reflexionar sobre nuestro modo de comportarnos (me refiero a los cristianos) en una fechas en donde lo que debería celebrarse es justo lo contrario de lo que festejamos: a tomar por viento tener en cuenta la austeridad, la pobreza, la soledad en la que una Mujer trajo la Luz al mundo. El oro, incienso y mirra se han convertido en plata para las grandes superficies en donde miramos que prime más “caballo grande, ande o no ande” que una esmerada y amorosa carta. Y puestas así las cosas, y hablando de lo que mandamos en estas fechas por “guasap”, me llegó hace unos días un video en donde se exponía un experimento social y se argumentaba cómo “una” pregunta había cambiado la decisión de unos jóvenes, veintisiete en concreto, sobre los regalos que iban a realizar este año. Lo visioné con curiosidad. En realidad no era una sola pregunta, aunque es cierto que una de ellas era la definitiva. Comenzaron preguntándoles “¿Quiénes eran las dos personas más importantes de sus vidas?”  Al principio se resistían “¿Sólo dos? Es dificil” confesaron, aunque terminaron jerarquizando: padres, hijos, abuelos, esposos… La segunda cuestión fue “¿Qué les vas a regalar en Navidad?”. Ahí cada uno fue ofreciendo, dentro de sus posibilidades el mejor regalo que pensaban ilusionaría a los suyos: “un móvil nuevo, un juguete determinado, un bastón especial, un disco de la Pantoja… etc”.  “¿Y si te tocara la Loteria?” Tras las primeras risas, las proposiciones se dispararon: “un chalet en la playa, una casa rural, un viaje alrededor del mundo, una moto de carreras, un buen caballo pura sangre… etc.”. Y, al llegar a este punto, es donde viene el quid de la cuestión, entonces preguntaron: “¿Y si fueran sus últimas Navidades?”. Tras un profundo silencio,  un suspiro que pareciera dejarles vacíos de obviedades y un brillo contenido en los ojos… despacio fueron desgranando esos regalos que ningún almacén puede contener: “Nada. No le regalaría nada, sólo mi presencia”, como si eso no fuera realmente lo más importante de todo. “Le pediría perdón por muchas cosas. Lo llevaría al pueblo de sus abuelos. Mi tiempo. Le haría una fiesta y reuniría a toda la familia de nuevo. Lo sacaría de la residencia y me lo traería a casa…”   Y yo me pregunto si es necesario llegar a esos extremos para realizar esos grandes y a la vez tan baratos regalos.  Pensamos que las personas que nos rodean van a estar siempre con nosotros y, cuando la vida en un envite nos deja sin ellos, nos quedamos  con las alforjas llenas de los regalos que no les dimos.

 

Cada año cantamos el villancico que nos recuerda que la Nochebuena se viene y se va, y que nosotros nos iremos y no volveremos más pero, como dicen los chicos en el experimento: “Somos tan borregos que ponemos el corazón donde nos dicen que tenemos que ponerlo sin pararnos a pensar en las cosas sencillas”, esas pequeñas cosas que nos rodean y que finalmente son las que nos hacen felices porque no hay dinero en el mundo capaz de comprarlas.

 

Dicen que el experimento les cambió la visión de los regalos a los encuestados. A mí tampoco me vino mal recordar cosas que, por sabidas, nunca está de más refrescarlas. Aunque…, nada me gustaría menos que el traer a colación este experimento sirva para ponernos el ánimo melancólico, todo lo contrario, esto nos da la oportunidad de envolvernos esta noche en papel de celofán y regalarnos a quienes amamos. Feliz Navidad. O feliz solsticio de invierno. Al final todos celebramos lo mismo: la llegada de la Luz.

 

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