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Ana María Tomás

Escribir es vivir

SI YO FUERA RICA… ESTARÍA MUY CABREADA

Pues eso, que si yo fuera rica, estaría muy cabreada; aunque, si fuese pobre, lo estaría más. Y digo esto a colación de algunos programas que algunas cadenas televisivas andan colocándonos día sí y día también en nuestras narices. Y lo digo porque parece que se han esforzado en elegir, de entre los ricos, a los más absolutamente incompetentes del panorama nacional.

Hace unos meses, me comentaba, sorprendida, una magnífica hispanista, tras venir de América del Sur, de impartir unas conferencias, que todas las “pijas” en todos los lugares del mundo hablaban exactamente igual. Es decir, con el mismo acento y de las mismas nimiedades.

Hace unos días, en uno de esos programas, salía una chica rica, además de rica chica, afirmando que, o sssea, no podía vivir sin servicio y sin chófer, porque, claro, a ver quién le iba a preparar a ella el té de las cinco de la tarde o la iba a llevar hasta la puerta de las grandes firmas. Y todo eso mientras mostraba a cámara una casa que me puso los dientes tan largos como para arañar todas las losas del suelo de mi casa.

Tras esa niñata, salió la no menos despreciable señora que, en términos más que similares, venía a traer más de lo mismo mientras hacía ostentación de un lujo desorbitado. A todo esto, de todas las señoras (porque iba de señoras ricas) que salieron, ninguna mostraba el menor atisbo de haber conseguido nada de lo que enseñaba a base de esfuerzo, ninguna manifestaba pudor alguno por enseñar una riqueza que, pareciéndome genial que tenga y disfrute, no es el mejor momento de hacer alarde de ella. Hombre, sinceramente, creo que nunca es buen momento de hacer alarde de riqueza ante quienes carecen hasta de los más elemental, pero, tal y como está el patio actualmente, menos que nunca.

Había una que, mostrando un “peaso” de anillo de tres pares de co… cornalinas, aseguraba que ella “jamás, jamásss, se pondría bisutería encima… qué horror…”

A ver, que nadie se llame a engaño, que todos sabemos que la riqueza no puede comprar un determinado tipo de bienes como son la salud, el amor, la inteligencia, la belleza… bueno, éste último no me sirve: hay que ver a algunas mujeres antes y después de pagar operaciones estéticas. Lo que está claro es que el dinero da la felicidad. La felicidad… se encuentra en las pequeñas cosas… es decir… un pequeño yate, un pequeño palacete… un pequeño Ferrari… sin embargo, también sabemos, por regla general, quienes no tenemos parné, que hay un medio maravilloso de unir la mediocridad con el arte y la bondad, y es convirtiéndose en mecenas, destinando importantes cantidades a ayudar a quienes con muy poco consiguen muchísimo.

Sin querer ser maliciosa, intuyo que la creación de estos programas está destinada a movilizar la opinión pública contra estos ricos de pacotilla, por eso no salen quienes lograron hacer fortuna, ni el trabajo, el esfuerzo que puede haber detrás, sino gente estúpida y ridícula que persigue una falsa felicidad.

En cuanto al éxito de los mismos, o sea, de los programas, no de los ricos, creo que es la curiosidad de constatar que son pobres gentes que sólo tienen dinero y, lo que es peor, que no saben qué hacer con él.

Obvio decir lo obsceno que me parecen semejantes programas cuando todos sabemos que Cáritas no da abasto y que los contenedores de las grandes superficies se llenan cada noche de personas buscando en ellos comida. Así que, sinceramente, si yo fuese rica, nada de dubidubidubidubidú, como decía aquella lejana canción, estaría muy cabreada, pero si fuese pobre… lo estaría mucho más.

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