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Ana María Tomás

Escribir es vivir

MIRANDO “PA” CUENCA

Si creen que hoy les voy a hablar a ustedes de sexo, han acertado. Pero no lo voy a hacer de ese tipo de sexo placentero y libremente elegido, sino de otro ante el que los ciudadanos, todos, estamos total y absolutamente desprotegidos. Se trata del que practican con nosotros cualesquiera que sean las compañías telefónicas que hayamos elegido o, para mal nuestro, hayamos dejado de elegir en un momento determinado, vamos, puro sado sin consentimiento por nuestra parte,

Para empezar y siguiendo la analogía del sexo, ninguna de ellas premia la fidelidad de sus clientes, sino todo lo contrario. Que estás con ella toda la vida…, con la compañía telefónica, claro, pues que te vayan dando, y no un regalo precisamente, porque, eso sí (y aquí viene lo bueno): si te cambias desde otra compañía, te prometen el oro y el… bueno, ya saben… lo políticamente innombrable. Bien es verdad que hoy la fidelidad no es una valor en alza, en la cosa monetaria (ni en ninguna otra… qué le vamos a hacer), ahí tenemos a los bancos, sin ir más lejos: que tienes la nómina con ellos desde que comenzaste a trabajar hace veinte años (no, no es ciencia-ficción, los hay) pues no te dan ni un boli por Navidad, pero como la tengas con otra entidad financiera y te vayas con ellos (con los que no te dan el boli si te tienen) cuenta con un “peaso” de televisor de tres pares de narices, de los que no necesitas gafas para verlo.

Lo cierto es que los ciudadanos de a pie estamos muy, pero que muy desprotegidos con los abusos, las tomaduras de pelo, los despotismos y las ilegalidades que nos hacen las grandes compañías telefónicas, porque muchas de las cosas que hacen son ilegales y atentan contra los principios más básicos de los consumidores. Y todo eso sin que nosotros podamos, de manera alguna, tener algún tipo de protección o alternativa salvo pagar las astronómicas cantidades que nos obligan alegando “Otros conceptos” que sus señores padres sabrán cuáles son.

Creo que ya es hora de que el Gobierno vaya tomando medidas al respecto. Sobre todo, porque la cosa no se soluciona cambiando de compañía: son todas el mismo perro con diferente collar. Y, de una u otra manera, si no te la pegan a la entrada, te la dan a la salida, pero son expertísimas en timar y estafar: basta con darse un garbeo por la oficina del consumidor y comprobar la cantidad de reclamaciones que hasta allí llevan los pobres y, cada vez, más desamparados consumidores. Y digo “cada vez más” porque cada día descubren una nueva fórmula de actualizar el truco del almendruco o, lo que es lo mismo, hacer que el consumidor se rasque el bolsillo de mil maneras diferentes: funciones desconocidas que se disparan en los móviles sin que nos enteremos, que no usamos y por las que nos hacen pagar; conexiones a Internet de manera sistemática y periódica, sin nuestra anuencia, pero que tenemos que cancelar continuamente si no queremos arruinarnos; activaciones a nuevas tarifas tras una llamada confusa en la que tú te has limitado a responder sin saber muy bien qué o para qué utilizarían tus respuestas, sobre todo, porque quien te pregunta resulta ser, la gran mayoría de las veces, una señorita con una acento sudamaricano que utiliza continuamente la muletilla “¿ssssiiii?” en lugar de “¿Está usted de acuerdo?” y una termina diciendo sí donde quiere decir no, algo así como aquel juego infantil en donde repetíamos muchas veces leche, leche, leche… y, acto seguido, nos preguntaban ¿Qué bebe la vaca? ¡Coño! ¿qué va a beber? Pues leche. Pues eso…

Ayyyysss…., dichosos tiempos en donde utilizábamos las cabinas, las famosas y populares “gabinas” y ya sabíamos de antemano que nos engañarían en el tiempo y en las perras… pero eso era un engaño con sentido, vamos, consentido. Entonces el tiempo estaba aquilatado por la espera, quedabas con el novio tres días antes… pero ahora… como las pizzas, le das un toque y a los cinco minutos lo tienes caliente en la puerta. Por no hablar de cómo lo tienen de crudo los infieles con el móvil… al menor descuido ¡zas! infidelidad descubierta.

Como no hagan algo pronto, aquellos que tienen la obligación y el privilegio de poder hacerlo, vamos a tener que volver a las señales de humo para comunicarnos. Claro que con lo del tabaco… si ven humo… Igual…

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