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Manuel Buitrago

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_ DOS _


En el Consejo de Ministros de ese viernes, 27 de octubre, se habló de la posición cada vez más intransigente que estaba adoptando el gobierno socialista de Castilla-La Mancha contra el Trasvase Tajo-Segura, con el apoyo del PP de esta comunidad. La pretensión de establecer la fecha del 2015 para aniquilar el acueducto, e incluirla en la revisión de su Estatuto de Autonomía, es rechazada por el Gobierno central. El presidente Rodríguez Zapatero comentó a sus ministros algo parecido a que Barreda se había pasado de la raya. El Tajo-Segura menguará o se extinguirá cuando lo digan el Gobierno de la nación y el Congreso de los Diputados, y no una comunidad autónoma que trata de usurpar las competencias estatales. Si se ha corregido el pretendido control exclusivo catalán sobre las aguas del Ebro, cabe suponer que lo de Castilla-La Mancha se lo merendará el Congreso en un abrir de boca.

 

Así se interpreta desde Madrid, aunque no olvidemos que los trasvases entre cuencas es un modelo a extinguir y, desde luego, no gozan de las simpatías de la ministra Cristina Narbona. Aunque hay un elemento importante que ha entrado en el tablero de juego. La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, es vista , en una primera apreciación, como una garantía de que no habrá frivolidades con el Tajo-Segura. Es de suponer que lo que diga lo cumpla. Al impulso de ésta le atribuye (vamos a llamarle b) la decisión de la ministra de Medio Ambiente de reconocer jurídicamente las concesiones de los regantes murcianos y alicantinos del acueducto.

 

¿Pero quién controla a José María Barreda? Rodríguez Zapatero deja hacer a sus barones territoriales. Unos dirán que por estrategia, y otros que por debilidad. El caso es que la ministra Narbona le puede poner las peras a cuarto al presidente castellano manchego, pero no tiene la suficiente fuerza para imponerse a él. Y menos desea desacreditarlo públicamente. La prueba está en la paralización unilateral de las obras del túnel Talave-Cenajo el año pasado por parte del Gobierno de Barreda, sin que le temblara el pulso.

 

Barreda y Narbona no se llevan. Al menos, no se llevaban. Con motivo de la visita que realizó Ramón Luis Valcárcel a  Toledo en julio del 2003 para reunirse con Barreda en el Palacio de Fuensalida, un miembro destacado de la embajada murciana (vamos a llamarle A) transmitió la frase que el presidente castellano manchego había dedicado a Narbona durante su entrevista con Valcárcel: “Lo de la ministra es impresentable”. Es lo que le atribuyó A a Barreda.

 

Con lo que impresentable quería decir que había derogado el Trasvase del Ebro sin dar más opciones, reduciendo el esfuerzo trasvasista al Tajo. ¿Por qué sino José Bono apoyó el Plan Hidrológico Nacional del PP en el año 2001? Primero porque deshipotecaba la cabecera del Tajo, y segundo porque obtuvo del Gobierno de Aznar un buen puñado de contraprestaciones en la misma línea: una reserva intocable de 240 hectómetros cúbicos (las consecuencias se están viendo ahora); un caudal ecológico del Tajo en Aranjuez más generoso; y una disposición adicional en la ley del Plan Hidrológico para revisar a la baja los envíos del Tajo al Segura. Disposición que luego recogió el Gobierno de Rodríguez Zapatero para darle forma y satisfacer mejor a Barreda (aunque como era de prever, éste se ha mostrado insatisfecho). Murcia -sólo- ganaba el reconocimiento de sus derechos como cuenca receptora.

 

La postura de Castilla-La Mancha a favor del PHN del PP era tan nítida que el entonces consejero de Obras Públicas, Alejandro Gil, confesó en una visita a Murcia que la oposición del PSOE de Aragón “no tenía sentido”. “Si nosotros aguantamos un trasvase en cabecera, ¿cómo se pueden negar ellos a uno del Ebro en la desembocadura?”, me comentó Gil en los pasillos del Palacio de San Esteban.

 

Lo que pocos tuvieron en cuenta es que las desafortunadas declaraciones del entonces ministro de Agricultura del PP, Arias Cañete, fueron una bomba de relojería que soliviantó a los aragoneses y los animó todavía más a rechazar el ataque de Madrid. “Esto va a ser un paseo militar”, dijo aquel ministro refiriéndose al Trasvase del Ebro. La locuacidad y chulería de Cañete fueron un torpedo en la línea de flotación que dejaba entrever muchas cosas.

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