Es alarmante la capacidad que tenemos los medios para decidir qué es importante y qué no. En el mundo de hoy, algo de lo que no se habla no existe. Y que prácticamente no se le haya prestado atención en las grandes ventanas nacionales a ‘Random acts of flyness’ en todo este tiempo –HBO la estrenó en agosto– clama al cielo.
«Esta es la cosa número 473 de 1000 sobre las que una persona negra no debería tener que preocuparse». Apenas pasados unos minutos del primer episodio, el artista Terence Nance deja así de claras sus intenciones con ‘Random acts of flyness’, una obra que escapa a las categorías: es a la vez ficción, documental, corto de animación, parodia, ‘talk show’ y experimento audiovisual. El estadounidense, músico y director de cine, es el principal responsable de este atentado contra el conformismo en las pantallas.
Su serie –con seis bloques de media hora, e innumerables piezas menores dentro de cada uno– es una plaza, una reunión de discursos sobre la identidad negra. Los puntos de vista, complementarios y a veces enfrentados, se miden unos con otros en una conversación reflexiva y totalmente autoconsciente. Uno de los varios entrevistados que desfilan por esta chifladura se considera «líquido en todos los aspectos, excepto en la raza». Eso, ni más ni menos, es ‘Random acts of flyness’.
Aquí, filosofía y subversión se mezclan con las pullas más contundentes, de las que no se libran figuras como Harvey Weinstein y Casey Affleck. Sin embargo, es el mismo creador el que, huyendo del dogma, expresa –varias veces y de manera explícita– su preocupación por que lo que pretende ser la exploración y defensa de una cultura invisibilizada acabe transformado en un discurso de odio simplista hacia los blancos.
Exitosa o no en su propósito, ‘Random acts of flyness’ es de por sí un ejercicio que desborda talento y que, con una carnavalada musical a costa de Peter Pan, aborda el tema de ‘Moonlight’ –ganadora del Óscar a mejor película el año pasado– mejor que la propia cinta. Palabras mayores.
A través de muchos (muchísimos) fragmentos como ese, la serie termina descomponiendo paulatinamente el relato, desprendiéndose de sentidos innecesarios, como medio para la deconstrucción de la consciencia colectiva. Este proceso, aunque requiere que uno ponga de su parte, no es trágico. Al contrario: es solo el colapso del sistema, el derrumbamiento de muchos (muchísimos) prejuicios sobre la sociedad negra.
La gran pregunta, entonces: ¿dónde está ‘Random acts of flyness’? Además del interés que uno pueda encontrar o no en su premisa, la serie es indudablemente una de las propuestas más formalmente estimulantes de los últimos años. ¿Siendo así, por qué no se le ha dado importancia en la prensa española? No hablar de ella es privar a los lectores de, como mínimo, plantearse subir a esta montaña rusa. Es cierto que la de Terence Nance es una obra difícil de masticar, pero puede resultar el más sabroso de los bocados. Si te atreves.