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Antonio Rivera

A pantalla 'partía'

De gamberros e institutos: ‘poop is funny’

Recuerdo cómo expresé, hace más o menos un año, que la ‘American vandal’ (creo que aquí se llamó ‘Gamberro de instituto’, pero como si no) de Netflix me resultaba una desmitificación socarrona del ¿género? de instituto dentro de la plataforma, después de la crudeza que inyectó –pese a su poco ‘savoir faire’– la historia de Hannah Baker en ‘Por trece razones’. Mucho ha llovido sobre ese terreno desde entonces: ‘On my block’, ‘Atípico’ y ‘Mi primer beso’ son varias de las propuestas, en forma de largometraje y serial, con las que el servicio de ‘streaming’ ha seguido explotando esa veta.

Ahora que ha regresado la desternillante ficción de Dan Perrault y Tony Yacenda –el segundo también se ocupa de la dirección de todos los episodios–, podemos afirmar sin ninguna duda que ‘American vandal’ ha salido airosa de la fiebre de Netflix por las segundas temporadas de series que parecen no necesitarlas.

Esta nueva tirada de episodios recupera a los protagonistas originales, los estudiantes Peter Maldonado y Sam Ecklund, que vuelven a embarcarse en una investigación completamente absurda que registran como un falso documental en un corte de mangas a los ‘true crime’ que la propia plataforma produce. El pasado año, fue la aparición de 27 penes imprimidos con grafiti sobre los coches de los profesores los que alimentaron las indagaciones. El giro hacia la elegancia estaba más que descartado: esta vez es un laxante en la limonada el que siembra el terror en una escuela católica.

Más allá del frescor necesario para justificar esta nueva temporada, condensado en un arquetipo de criminal diametralmente opuesto al anterior y en la mayor mordacidad en cuestiones peliagudas –religión, raza, etc.–, ‘American vandal’ no se aleja demasiado del nido. La propensión a estirar el chicle para ver hasta dónde llega tan característica del cine posmoderno está igual de presente que en 2017: la premisa es una tontada como pocas otras, pero el viaje es divertidísimo.

De muestra, un botón. Sobre la posible motivación del crimen, los dos documentalistas discuten:

-But, what if the motive is just poop is funny? / ¿Y si el móvil es, simplemente, que la caca es divertida?

-Poop is funny/ La caca es divertida.

Ese es el nivel al que trabaja la serie. Pero funciona. Aunque la obra no es un ningún salto mortal creativo, tampoco hay ínfulas de ello. Netflix suma la redondez de la propuesta a un fondo mucho menos sutil pero más comprometido que el de la primera temporada, enfocado esta vez a los peligros de las redes y conceptos como ‘phising’ o ‘catfish’. Así compensa la plataforma el hacer que nos echemos a temblar cada vez que anuncia una nueva tanda de episodios para un relato que no la necesitaba. En este caso, al menos, el añadido no resta.

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Antonio Rivera

Sobre el autor

Periodista y crítico del audiovisual. Este es mi huequecico para reivindicar lo pequeño, pero también lo grande, del cine y la TV.


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