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Antonio Rivera

A pantalla 'partía'

‘Maniac’ es un no lugar

La receta de ‘Maniac’, nueva serie de Netflix –y adaptación muy libre de otra serie noruega–, cuenta con ingredientes más que atractivos. Dos solitarios con problemas mentales coinciden en un ensayo clínico de un tratamiento que, en teoría, puede curar cualquier mal de la psique humana con tres pastillas y un par de electrodos. Pero las caras de esos dos no son las de unos cualquieras: Emma Stone y Jonah Hill. No pinta mal.

A los mandos, Patrick Somerville (‘The Leftovers’) escribiendo y Cary Joji Fukunaga dirigiendo. El último es el gran nombre del equipo: premiado y aclamado por ‘True Detective’, autor completo de ‘Beasts of No Nation’ –para esta misma plataforma– y guionista de la última ‘It’. Nada mal.

Sin embargo, y al contrario de lo que suele ocurrir, esa plantilla estelar no ha parido una serie grandilocuente, espectacular y frenética. ‘Maniac’ es una obra de concepto. De un concepto: el espacio. La soledad, la distancia, el aislamiento, la pertenencia. Fukunaga trabaja con todo eso.

No esperéis un gran ‘blockbuster’, porque no lo hay. Tampoco un pequeño milagro independiente. ‘Maniac’ es otra cosa: un comentario sobre el lugar que ocupamos en el mundo y la forma en que nos relacionamos –en el sentido más amplio– con nuestro entorno. La serie juega una única carta: la sensación de ser una pieza redonda que todos intentan hacer encajar en un molde cuadrado. Y esa sensación impregna todo el viaje –que no es, ni mucho menos, importante– a medida que Fukunaga va construyendo unos escenarios emocionales, vivos y que se comunican, sobre los espacios inertes de la pantalla.

Los ‘no lugares’ del antropólogo Marc Augé son espacios de tránsito, de flujo. Umbrales entre dos estados (en este caso, mentales) de una persona, que no contienen ninguna parte de su identidad y por tanto no se relacionan con ella. Aplicando este tamiz, podemos distinguir cómo ‘Maniac’ habla de sus personajes aislándolos de o atándolos a los espacios.

Annie y Owen, los personajes de Stone y Hill, son sujetos perdidos, que no dejan de desplazarse. No tienen ningún tipo de interacción con los sitios transitorios en su viaje, que se convierten en no lugares, y en los que Fukunaga apenas recurre a planos abiertos porque lo único relevante en esas escenas son los protagonistas, que cruzan esos espacios como flotando, ajenos a lo que pueda ocurrir allí. De hecho, la primera declaración de verdadero calado de toda la serie se produce dentro de la burbuja social que se crea en un coche en marcha.

No es baladí la abundancia de referencias –algunas evidentes, otras menos claras– al Quijote. Pero no a cualquier hidalgo de la Mancha: al de Terry Gilliam. El tono de ‘Maniac’ está muy relacionado con la decadencia del largometraje de Gilliam, ‘El hombre que mató a Don Quijote’; especialmente con su sentimiento de alienación en un espacio ajeno. El contrapunto lo ponen personajes que sí tienen un lugar propio, pero aun así son incapaces de aceptar su papel en la historia. En esa cesta está el Dr. Mantleray, que conduce el experimento, y cuya trama está perfectamente delineada –y atada– en torno a los lugares (estos sí, lugares) en los que se desarrolla.

Fukunaga, responsable del punto más interesante de la obra, es también el causante de su mayor lacra: el pesado ritmo. Un tratamiento tan profundo y poliédrico del espacio viene, irónicamente, acompañado de un manejo del tiempo en muchas ocasiones torpe. Desperdiciando la oportunidad de convertir la serie en algo más abstracto y etéreo, Fukunaga pierde los minutos en escenas (y de estas hay un montón) que son más largas de lo que realmente deberían. Lo que pretende ser denso acaba resultando un poco intensito, y obstaculiza el paseo por una obra que tiene su gran virtud en el punto de vista.

Para bien o para mal, a ‘Maniac’ no puede negársele la personalidad. Encontrar el lugar (o no lugar) donde encaja depende de cada uno.

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Antonio Rivera

Sobre el autor

Periodista y crítico del audiovisual. Este es mi huequecico para reivindicar lo pequeño, pero también lo grande, del cine y la TV.


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