Hace unos días encontré un chollazo en Internet: las temporadas completas de ‘Sherlock’, esa maravilla que Steven Moffat y Mark Gatiss crearon para BBC –y que yo venero sin sonrojarme–, a un precio irrisorio. Por supuesto, me hice con ellas. Click y al carrito. Pero esto ha avivado la llama de una duda que me carcome, al igual que a muchos. O debería. A saber: ¿las series son cine?
Cada vez que pienso en la serie británica que lanzó a Benedict Cumberbatch al estrellato más absoluto, especialmente en soporte físico (DVD), no puedo evitar compararla con las dos ‘Sherlock Holmes’ que Guy Ritchie dirigió para la gran pantalla, divertidísimas pero infinitamente más limitadas. ¿Qué tipo de reconocimiento han tenido la una y las otras? No es que ‘Sherlock’, la serie (esto va a ser un lío), quedase condenada al oscurantismo, precisamente; sin embargo, tengo la sensación de que difícilmente llegará a ser considerada una igual a sus contrapartidas estrenadas en salas mientras que, para mí, es una serie hecha de películas.
Un poco de contexto para los más perdidos: ‘Sherlock’ actualiza al siglo XXI los clásicos relatos de Sir Arthur Conan Doyle sobre el detective más famoso del mundo con cuatro temporadas de tres episodios, cada uno de ellos de una hora y media. Esos episodios, sobre todo en las primeras temporadas, son autoconclusivos y tratan casos que se abren y cierran en ese mismo corte; evidentemente, cada minuto del metraje suma en la construcción (y humanización, sobre todo) del personaje de Holmes. Algunos de los episodios incluso se han comercializado en DVDs individuales, lo que acerca más cada una de las historias al ‘formato’ (por utilizar uno de muchos términos vacíos) del cine.
Sé que esta materia es enormemente compleja e implica, por ejemplo, circunstancias de carácter más industrial. No es lo mismo para una cadena comprar la licencia para emitir una serie que una película: ¿cada cuánto se repone una cinta de Alfredo Landa en la TV y cuántas veces se han repetido los episodios de ‘CSI’? Por eso, dada la amplitud del tema, quiero limitarme a la cuestión narrativa: cómo cuenta una serie lo que cuenta para que se la considere distinta de un largometraje.
Algunos dirán que los largometrajes tienen un principio y un final, que plantean y cierran su argumento en un único bloque de material audiovisual, mientras que los episodios de una serie son fragmentos de la historia completa (que sería una temporada o la serie entera, según el caso). Tomando la trilogía de largos de ‘El señor de los anillos’, este ejemplo me vale. Pero, ¿qué pasa con ‘El Hobbit’? El final de la segunda parte de la saga sobre Bilbo y los enanos de Erebor, ‘La desolación de Smaug’, es uno de los cliffhanger (corte repentino que intenta generar expectación sobre la continuación de una historia en su siguiente entrega) más descarados que he visto. Además, eso no es aplicable a películas con un arco argumental intencionadamente truncado –como ‘Drift’ de Helena Wittmann, que tenéis en la plataforma Filmin desde hace poquito– o a largometrajes sin trama, como el maravilloso documental ‘Una ciudad de provincia’ de Rodrigo Moreno: ¿dónde empiezan y dónde acaban esas historias?
Además, ‘Sherlock’ aúna historias contenidas –con un principio y un final– en cada uno de sus episodios y una entidad como elemento audiovisual único y entero si miramos la serie en su conjunto. El del detective interpretado por Cumberbatch es un único relato, disperso pero redondo: el único final posible para el personaje es el que ofrece su último episodio. Por ejemplo, ‘Castle’ está tan y tan segmentada que podría acabar en cualquier capítulo con un pequeño broche emocional y la cosa no chirriaría, pero ‘Sherlock’ no.
En el último tramo de la serie, el sabueso se enfrenta a Eurus, su hermana secreta y genio del mal. Llegado el momento de medirse con ella, la única manera que encuentra Holmes de derrotarla –si es que puede llamarse así– es apelar a la emoción, a los lazos familiares. La implicación personal de la que las asépticas investigaciones del inglés siempre han carecido resulta ser la solución al problema último, definitivo, y por tanto el único final posible para la figura del detective. Podríamos incluso, una vez conocida toda la historia –omitiendo, evidentemente, las distintas subtramas que van apareciendo–, hacer una elipsis del primer episodio al último, saltando todos los demás. Es lo que he hecho yo hoy, y no he sentido que la maquinaria fallase en absoluto. Los puntos A y B, origen y destino, de Sherlock Holmes están ahí. El resto de capítulos representan el camino.
Volviendo a los ejemplos, puede que esté loco, pero creo recordar que hasta Telecinco programó un contenido llamado ‘El príncipe: la película’, donde amontonó los trozos cruciales de la serie para generar un par de horas de metraje continuo. E imagino que Almodóvar debe tener bastante que decir al respecto, ya que defendió a ultranza la decisión de prohibir a los largometrajes de las plataformas digitales la entrada en el festival de Cannes, pero está preparando una serie para Netflix.
Está claro que este es un tema espinoso, que requiere más espacio, mayor profundidad y seguramente la intervención de profesionales del medio y académicos, y pretendo ir trabajando en ello poco a poco. En cualquier caso, las escasísimas diferencias en la naturaleza de la ‘Sherlock’ de BBC y los filmes de Ritchie me parecían una ocasión de oro para abrir este foco de controversia, que espero defina esta columna y se deje notar en más de una ocasión –SPOILER: el universo cinematográfico de Marvel es una serie, una muy (MUY) cara.