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Antonio Rivera

A pantalla 'partía'

‘Élite’: reflejos de la lucha de clases

El pacto social, llegada la democracia, prometía otorgar a la academia un poder igualador. La educación sería el ascensor social que salvaría los socavones entre ricos y pobres. Pero a la vista están controversias como los casos máster (de unos y de otros) que subrayan que aún queda camino por andar en ese sentido. Los de arriba son los de arriba, los de abajo siguen abajo; y no a todos nos cuesta lo mismo obtener un título universitario.

Esa falla del sistema es la que explota ‘Élite’, la ficción de Carlos Montero y Darío Madrona para Netflix. De su primer episodio ya hablé aquí hace unos días; pero la artificiosidad que critiqué de este no se corresponde con la miga de los capítulos siguientes.

Lo que al principio parecía un drama criminal simplón –que, en parte, lo es– acaba sugiriendo algunas ideas más que interesantes, sobre todo para ser el tipo de producción que es (ya volveremos sobre esto). Cuando ‘Élite’ plantea el enfrentamiento social y físico entre los dos grupos de jóvenes –unos, de clase baja y becados para un instituto privado al caerse el suyo a pedazos; otros, de familia acomodada y entre sus miembros el constructor corrupto que provocó el incidente en el centro educativo de los primeros– no lo hace desde la simpleza: el conflicto de clase de ‘Élite’, aunque chafardero y estrambótico, es más complejo que un sencillo ‘ricos contra pobres’. Las piezas del juego tienen aspiraciones y flaquezas propias, y eso permite movimientos inesperados y bolas curvas sobre el tablero.

Aun así, la brecha entre unos y otros es ancha y profunda, porque ‘Élite’ muestra que la mezcla de los colectivos no resulta ni mucho menos cordial. La serie es consciente de las diferencias entre los bandos: cuando los chantajes crecientes tiran por el desagüe el entramado de apariencias e intereses que tienen montado los ricos, los chicos becados se limitan a prender la mecha y verlo explotar. Sin embargo, una vez se ha producido la verdadera unión entre los dos universos a través de los personajes clave, la amalgama resultante es insostenible y conduce a la tragedia. Porque ‘Élite’ tiene mucho más de ‘West Side Story’ que de ‘Grease’.

La inclusión de otras identidades entre el elenco protagonista tratan acertadamente de espabilarnos y sacarnos de la cómoda posición desde la que miramos con desdén hacia otras culturas. ‘Élite’ plantea una pregunta atrevida: ¿quién es peor, el padre musulmán que ejerce una intolerancia autoritaria sobre sus hijos; o el padre occidental, blanco y de cultura católica (sea creyente o no) que educa a su hijo en una competitividad asesina y mercantil que no entiende de marineros y solo de capitanes? Esos aspectos están elegantemente resueltos con respecto a los planteamientos burdos del primer episodio.

A fin de cuentas, la maestría de la serie en estos temas no es la de La fábrica de nada (Pedro Pinho, 2017), pero no está mal. Para tratarse de una producción gestionada íntegramente por el gigante Netflix y preparada para su consumo en masa a nivel global, no está nada mal. Hay alguna hipérbole injustificada en el argumento, lo pasteloso de según qué situaciones roza el absurdo y el (supuesto) protagonista es un panoli inaguantable, sí; pero las semillas de un discurso más profundo que todo eso están ahí. Uno solo tiene que seguir el rastro.

La secuencia

Si tuviera que extraer un fragmento de todo el metraje de la serie para condensar todo lo que creo que transmite, sería la escena tras los créditos iniciales del episodio siete. Guzmán y Polo, dos de los chicos acomodados, conversan en un plano amplio que los recoge a ellos y a sus poses impostadas entre un techo de espejo y un gran ventanal que hace de pared, a través del cual la clase alta de ‘Élite’ mira con altanería al pueblo llano, cuyas casas modestas se erigen a sus pies. Este espacio, cuando la cámara cierra el plano a primeros términos, genera en pantalla una especie de palacio de cristal, de reflejos y destellos, que confunde y encandila. El juego de espejos es algo recurrente a lo largo de los capítulos, como símbolo del mundo de apariencias y mentiras que los ricos se han construido en la serie. También lo es el agua en otras escenas, donde aparece como elemento oscuro –recordemos la piscina–, como un pozo donde enterrar el trofeo, arma del crimen, y otros secretos, y donde trata de enterrarse el propio Guzmán una vez llega el desolador final.

Cuando acaba la temporada, la diferencia entre los de arriba y los de abajo es clara: antes de perder la virginidad con una de las chicas acomodadas, el protagonista becado señala, impotente: «Los de tu mundo habéis vivido como siete vidas más que yo.»

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Antonio Rivera

Sobre el autor

Periodista y crítico del audiovisual. Este es mi huequecico para reivindicar lo pequeño, pero también lo grande, del cine y la TV.


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