No, no me refiero a la de Manuel Azaña. Ni a la de Largo Caballero. No a la que defienden con desorden y ardor los milicianos campesinos en la tinta de Chaves Nogales; sino a la que defiende a ultranza Ferrán Monegal. Y tampoco es la cosa para tanto.
‘14 de abril. La República’ es esa república que Diagonal TV –los que antes trajeron ‘La señora’, y luego ‘Isabel’ y ‘Carlos, Rey Emperador’– preparó para La 1. Su primera temporada cosechó un 17% de cuota y tres millones y medio de espectadores de media, entre enero y abril de 2011. La segunda tirada de episodios, que debía lanzarse al año siguiente, la mantuvo en un cajón la cadena pública durante el periodo de gestión del PP; y el ente que ahora gestiona Rosa María Mateo anunció la liberación de la cautiva como uno de los grandes alicientes de su temporada al mando.
Tampoco la llegada de los de Pablo Iglesias (el otro; el del XIX) a la Moncloa ha tratado la producción con la delicadeza que, ya únicamente por lástima, por clemencia, se merecía. ’14 de abril. La República’ echó a andar por fin la semana pasada: las alarmas sonaron cuando el ente público programó el regreso de la gran añorada un sábado a las 23.30 horas (una franja perfecta si lo que se quiere es rescatar una serie humillada y lacerada de un sótano mugriento para lanzarla al río dentro de un maletero y acabar el trabajo). Sin embargo, TVE acabó colocando en ese horario abocado al desastre el último episodio de la temporada anterior para refrescar las memorias y estrenó, finalmente, el primero de la nueva tirada el pasado sábado a las 22.05.
Una vez vistos los dos –el reestrenado ‘season finale’ y el flamante nuevo piloto–, el desencanto hace incluso cuestionarse si ha valido la pena la cruzada por sacar de la oscuridad algo que ahora uno no sabe dónde meter. ‘14 de abril. La República’ es un desastre en todos los sentidos: volviendo a Monegal, sí, es «un culebrón de señores y criados, de luchas por herencias, de amores trágicos, de cuernos, de hijos ilegítimos…», pero no sé si tan «pulcramente realizado» como para merecerse un solo grito de revolución.
En algo más de una hora y cuarto de la nueva ‘república’, lo más interesante es esta frase: «El divorcio […] y el amor son cosas de señoritos». Unos veinte minutos después, la réplica: «Los señores siempre serán los señores». Pero ese conflicto, que atravesaba la época en la que se ambienta y que debería vertebrar la serie, simplemente no existe. Todo (y quiero decir absolutamente TODO) está rodado, planteado, interpretado y relatado de la misma manera. Los cuchicheos chafarderos y las amenazas, las declaraciones sinceras y los embustes, los trapicheos milicianos y las meriendas, los poblados gitanos y los palacios. Sobre la pantalla, ‘14 de abril. La República’ no encuentra diferencia entre los abusos de los ricos y la miseria campesina. En términos dramáticos, esa sencillez negligente significa que no hay conflicto. Y, con ello, no hay historia.
Lo que resulta es una propuesta hueca, impersonal y despreocupada de su propio fondo (pues por algo se llama ‘La República’). El estilo –huido, inexistente– se reduce la gran parte del tiempo a un código rudimentario y cavernícola (planos generales para más de tres personajes en escena; plano-contraplano en conversaciones de dos; primeros planos para momentos emocionales), torpedeado por una fotografía que, como dijo Alberto Rey de ‘Apaches’, hace parecer a los intérpretes del color de un gato muerto; y bajo asedio (prácticamente acoso) de una insensible banda sonora.
‘14 de abril. La República’, anunciada a bombo y platillo como la gran producción que nos perdimos hace seis años, es poco más que un culebrón de tarde. No hay nada de malo en eso, pero la creación audiovisual española se encuentra en un momento demasiado brillante, con pelotazos internacionales y obras de nicho valientes, como para hacer hueco a un esfuerzo insuficiente como este.
Me entristece que la asombrosa torpeza de la propuesta pueda oscurecer el hecho de que se trata de una obra costeada con dinero público que, por justicia (¿romanticismo, quizá?), debía ver la luz en algún momento. Viendo que la afrenta está reparada, tampoco hay por qué edulcorar demasiado su examen; pero, en cualquier caso, ¿cuánto puede exigírsele a una producción que debió estrenarse hace más de seis años? La España pre-‘La casa de papel’ era otra muy distinta; una en la que quizá este Capitán América, hoy rescatado del hielo en un tiempo al que no pertenece, tendría cabida. Lo que es evidente es que, con producciones actuales como ‘La casa de las flores’ –capaz de actualizar desde la chorrada el género de la telenovela a los estándares actuales sin renunciar ni por un segundo a su esencia–, en este mundo ya no hay sitio para la república de TVE.