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Antonio Rivera

A pantalla 'partía'

La ley de la huerta

Ocurrió en otro tiempo. Uno lejano: el martes pasado, más o menos. Cuando Murcia no era todavía una región monzónica, sino el secano habitual donde uno puede hasta sudar por correr, Platería arriba, para no llegar más de tres minutos tarde al pase de la Filmoteca. La pantalla se tomó, de todas formas, otros diez antes de proyectar ‘El Consejo de Hombres Buenos (La Ley de la Huerta)’, un documental de Gonzalo Ballester.

La huerta no es la selva. Nuestro paisaje verde particular está atado y bien atado por una Matrix que florece y madura con los árboles y sus frutos. Detrás del sindios aparente de las cañas y matojos que atropellan las carreteras hay una estructura vaporosa, divina, que se condensa en el tribunal de Hombres Buenos. Este pintoresco grupo se reúne para dirimir las problemáticas relativas al reparto del agua entre huertanos. En una región subdesértica como esta, donde el disolvente universal hace casi más falta que el aire, el cónclave ataja las discusiones de los agricultores mediante resoluciones con raíz en el mundo de las ideas, arrancadas de unas “Ordenanzas de la huerta” que se pierden en el tiempo, y las arrastra hasta lo terrenal, dándoles plena validez legal.

Con el proyector ya corriendo (de mala educación, lo sé, ¡perdón!), oteo el panorama. Me gusta saber qué tipo de gente ve determinadas películas. Sobre todo en la Filmoteca Regional Francisco Rabal, que no tiene, precisamente, la audiencia más heterogénea del mundo –y, aun así, se enzarza en proyectos valientes como este ciclo de realizadores murcianos que da cobijo a la cinta. Ballester, con una película en el limbo, demasiado larga para ser un corto y escasa como mediometraje, ha conseguido reunir un gentío considerable en una especie de misteriosa sesión de Cortes, cuyos parlamentarios pierden las pupilas en la pantalla.

Lo interesante de la pieza está precisamente ahí, en su público. En concreto, en el público que convoca (en función de los espacios a los que accede), las respuestas que genera en él y la eficacia con la que conecta con una franja de espectadores que, en ‘La ley de la huerta’, no son los que miran, sino los mirados.

Exactamente en ese brete se encuentra Diego, el presidente del tribunal de Hombres Buenos. Llega tarde, hecho un pincel, cuando su otro yo ya lleva varios minutos desfilando por la pantalla. Trajeado como manda la ocasión, el derecho consuetudinario en persona cruza el pasillo de la sala a hurtadillas y va a dar con el trasero justo en la fila de asientos en la que estoy sentado yo. No me creo mi propia suerte: así puedo aprovechar para asomarme con poco disimulo cada dos o tres escenas y ver si se ríe de sus propios chistes. No lo hace. El hombre mira su reconstrucción fílmica tieso como un palo, mientras su imagen resopla, retuerce los globos oculares y reza a todos los santos (con la misma sutileza que insuflo yo a mi improvisada operación de espionaje, aprox.), buscando paz y fuerzas para no despachar de mala manera a una comadre huertana que tiene no sé qué lío con una valla entre su parcela y la del vecino.

(Fuente: Quezaltepeque bajo la siguiente licencia CC)

(Fuente: Quezaltepeque bajo la siguiente licencia CC)

Y ahí se esconde la virguería del director: presentar, a través de un repaso pH neutro de este maravilloso galimatías de la jurisdicción regional, una interesante mirada sobre el lugar de las generaciones veteranas y la autoridad de sus juicios. Aunque el pase del martes sí lo fuera, la de Ballester no es una película solo para ancianos. Ahí tuvo el otro día su gran filón, claro: en los que se ven retratados en ella. Pero es también, a través de ese trasunto narrativo que sublima el más joven secretario del consejo, un objeto de incalculable valor documental y cultural, que constituirá la memoria colectiva murciana cuando la de cada uno empiece a flojear. Según señalan los mismos protagonistas, lo de “Hombre Bueno” no se refiere a la bondad, sino a la utilidad. Los miembros son veteranos de la huerta que van rotando; parece que la cosa toca como una mesa electoral. Y el Hombre Bueno que ocupa una silla del tribunal no es reseñable como individuo, sino provechoso para el colectivo. Apto para obrar por el bien de todos. Eso es mucho decir.

Quizá por eso la película funciona tan bien con una audiencia cuya edad promedio quiebro por casi medio siglo, pero debería verla mucha más gente. La conexión con la esencia de la vida murciana que construye el director (que no es ningún novato; nominado a un Goya y valorado en festivales) es poderosa y remueve las entrañas mucho más allá de los chascarrillos de los personajes registrados con la cámara. El gran acierto del documentalista es negar una profundidad dramática mayor que la de la propia rutina. La tranquilidad del paseo por un campechano carril, donde el mayor de los problemas (que tampoco es poca cosa) es dilucidar si el vallado de la acequia debe moverse tres palmos p’allá o p’acá.

Parándose, al final del viaje, a contemplar el discurrir de los riachuelos que riegan los cultivos y bailan a ritmo de canción popular sobre los hierbajos, siempre más marrones que verdes, Ballester confirma la tesis que se adivina desde el comienzo: la huerta debe entenderse como algo místico, regido por leyes divinas y hombres elegidos para ejecutarlas. Es un oasis, una anomalía urbanística que permite que llegue el aroma de una moderna pizzería a un bancal mientras el de los limones recorre el camino contrario hasta una universidad privada. A la espera de saber cuál será la distribución de la cinta, todavía queda una oportunidad para los rezagados: hoy, jueves 12 de septiembre, vuelve a pasarse ‘El Consejo de Hombres Buenos’ a las 20.30h en la Filmoteca, con presentación de Ballester.

Cuando acaba la película y el espejismo termina, el pleno se levanta y los feligreses se dan la paz con ritmo procesionario, deteniéndose cada pocos pasos para cantar las alabanzas de la cinta con cualquiera que les salga al paso de entre las butacas, conocido o extraño. Entrar a la sala había sido fácil; todos debían de llevar ya una media hora sentados. Salir fue otra historia.

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Antonio Rivera

Sobre el autor

Periodista y crítico del audiovisual. Este es mi huequecico para reivindicar lo pequeño, pero también lo grande, del cine y la TV.


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