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Antonio Rivera

A pantalla 'partía'

Mayhem Film Festival (II): Dos no se acojonan si uno no quiere

Ya lo vimos en la jornada anterior: en el Mayhem Film Festival la cosa va de la audiencia. En concreto, de cómo se es audiencia, de si uno es capaz de entrar en según qué juegos para vivir las experiencias adulteradas que se esconden tras los textos que se pasan por el proyector. Por eso he decidido cambiar de asiento en todas las sesiones (en términos radicales, de primera a última fila), para descubrir cómo se ve la pantalla desde cada ángulo y, más importante, cómo se ve uno mismo en esa posición dialéctica.

Un mecanismo básico del terror (de esto hablé en el artículo de Nightflyers) es la identificación. Corrijo, identificación con el uno y distancia con el Otro. Si el espectador se acerca al protagonista y siente lo que él o ella, es más probable que manche los pantalones cuando aparezca en escena una alteridad que pone en peligro a su compañero narrativo y, por ende, a él. En lenguaje cinematográfico, un método habitual para articular lo anterior es el punto de vista; compartir las pupilas.

Y ahí entra en juego ‘Sword of God (The Mute)’, película de Bartosz Konopka sobre las masacres colonialistas cristianas. A pesar de abrir con un par de aparatosos, largos y atrevidos planos subjetivos, no consigue enchufar a la audiencia a ninguno de sus puertos. Lo que es más bien un drama grotesco se ha encajado con calzador en un festival de terror y cine de culto (marcadamente de género y de reivindicación de las formas ‘bajas’, paracinemáticas y ‘trashy’ del cine), y no creo que este fuera el lugar para su seriedad  y sus potentes pero sobrias imágenes.

Sí lo era, hasta niveles absurdos, para ‘Girl on the Third Floor’, la segunda proyección de la jornada. El debut en la dirección de Travis Stevens llegó en la forma de una desprejuiciada, hecha en molde y desagradable encarnación del subgénero de casas encantadas. La mansión de marras, antiguo burdel clausurado en el marco de una tragedia, la toma con la nueva pareja de inquilinos, a los que dan vida CM Punk y Trieste Kelly Dunn. Ambos, cada uno a su tiempo, se llevan una buena ración de tentaciones mortíferas, espectros y casquería de parte de la choza infernal, muy parecida a la de la primera temporada de ‘American Horror Story’. Están brillantes CM Punk, el antiguo luchador de ‘wrestling’, que es malísimo actor pero grandísima estrella; y Stevens, que quiebra inteligentemente su odisea ‘splatterpunk’ en dos partes: la primera, a la cola del boxeador moreno; la segunda, con una conseguida focalización interna en su esposa, el personaje de Dunn. Cuando crees que ya has acabado de asustarte y dibujar muecas de asco (por razones de peso que no puedo desvelar), descubres que aún queda media película por delante.

(Fuente: R.S. bajo la siguiente licencia CC)

La noche se cerró (y tanto que se cerró, menudas horas…) con ‘Color Out of Space’, la ¿esperada? relectura de un relato de Lovecraft de Richard Stanley, un director que no había firmado un largo de ficción desde el 94. Parece que ha gustado en Sitges, como también lo ha hecho la película de Egypt Mortimer (en la crónica del día anterior). Aquí, definitivamente, gustó. Lo tenía todo para hacerlo: este oscuro cuento de terror ‘sci-fi’ inserta la degradación de una familia tradicional estadounidense, por la podredumbre de los cimientos de su conservador sistema de autoridades, en la invasión del ecosistema terrestre por una sustancia venida del espacio en un meteorito. Muy para la ocasión del Nobel de Literatura a la polaca Olga Tokarczuk, la película plantea con estilo la promesa del apocalipsis total como ecocrítica velada. Y luego está Nicolas Cage.

El cincuentón californiano, renacido como un meme andante en la politoxicómana ‘Mandy’ (también niña bonita de Sitges), ha tocado techo. Su personalidad es tan fuerte y está tan poco reprimida que es imposible no ver, a través de las ridículas mascaradas de los guiones, a Nicolas Cage haciendo de Nicolas Cage en situaciones variopintas. Los aplausos y las carcajadas le llegan de todas partes de la sala cada vez que los creadores, a sabiendas de que Cage es ya (y con orgullo) un chiste de sí mismo, ponen en su boca perlas como «¿Y por qué no te callas la puta boca?», que le suelta su personaje, cabeza de familia, a su hija quinceañera. A ver quién tiene narices de identificarse con este.

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Antonio Rivera

Sobre el autor

Periodista y crítico del audiovisual. Este es mi huequecico para reivindicar lo pequeño, pero también lo grande, del cine y la TV.


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