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Antonio Rivera

A pantalla 'partía'

Un puñado de alegrías (y otro par de decepciones) en las series de lo que va de 2020

(Fuente: Aaron Escobar bajo licencia CC Attribution 2.0 Generic)/

Insiste Elizabeth Duval en que toda la literatura es producción discursiva del yo. Algo parecido ocurre con este tipo de artículos: listas que se empecinan en dar cuenta de determinadas quimeras de la industria cultural y presentarlas como puntales de movimientos tectónicos que expliquen el devenir reciente del sector televisivo. Lo que hacen, no obstante, es dibujar el contorno del que escribe, bosquejar una caricatura que se define, de forma casi freudiana, a través de su relación con los objetos que le rodean. He aquí mi caricatura, enraizada en las luces y sombras de mi medio año seriéfilo. Empecemos por la umbra:

‘Freud’ y su tempo insoportable

Menuda sorpresa la de ‘Freud’: una producción de ORF, la cadena pública austriaca, y un par de estudios privados, rebosante de estilo, indigesta, brutal, moderna. La premisa –un joven Sigmund Freud investigando unos truculentos asesinatos en la Viena del XIX– no prometía demasiado, pero el pulso violento de Marvin Kren (4 Blocks) convirtió lo que en otra vida habría sido un argumento trivial, souveniresco, envuelto para llevar, en una experiencia de visionado tortuosa y expiatoria. Con el apoyo de unos intérpretes correctos y un par de estrellas iluminadas (como la Ella Rumpf que algunos recordarán de ‘Crudo’), ‘Freud’ metaboliza de forma inesperada las evocaciones e imágenes del glosario teórico del padre del psicoanálisis. Aunque sí despertó mucho interés entre el público, si acaso únicamente como objeto de consumo masivo, no pareció azuzar a los críticos, que la han dejado hundirse en el inagotable torrente de producción serial de las plataformas. Merecerá la pena regresar en el futuro para revisar sus virtudes.

La ceguera del remake de ‘Snowpiercer’

Es innegable que rellenar los zapatos de la obra que se adapta es algo, en general, poco agradecido (y virtualmente inalcanzable). Los creadores originales y vicarios a menudo salen tarifando, la crítica suele aproximarse al sucedáneo desde el escepticismo y, lo más importante, la horda fanática es cada vez más injustamente poderosa. Dicho lo anterior, pocas veces una adaptación rompió desde una posición tan flagrantemente posmoderna como la reciente ‘Snowpiercer’, traducción a la televisión de manos de TNT (y exhibida en Netflix España) de la herrumbrosa película de Bong Joon-ho, el director de ‘Parásitos’, entonces recién aterrizado en Hollywood. Su abstracción espacial, ofensiva latente por la cual el recorrido obviamente lineal del tren en el que se ambientan ambas historias se convierte en un lugar indefinido, un territorio falsamente neutro que desvía la atención de la matizada exploración del proceso revolucionario que abordaba el surcoreano para convertirla en una metáfora simplona. Frente a una referencia fílmica de coordenadas romas (detrás-delante en ‘Snowpiercer’, arriba-abajo en ‘Parásitos’), la adaptación de TNT distorsiona con inquina la brújula narrativa, que aquí es también política, hasta desactivar cualquier tentativa de posicionamiento ideológico.

‘La línea invisible’ hizo lo que no puede hacerse

No se me ocurre nada más difícil que traducir al audiovisual la historia de ETA. Entre la detestada equidistancia y la militancia abstrusa habitan los mil y un monstruos que guardan las puertas del castillo dorado de este asunto: construir el relato de una de las grandes heridas de la historia nacional. Tratándolo como lo que es, una herida, consigue Mariano Barroso (presidente de la Academia de Cine y firmante de otra serie armada en torno al momentum tardofranquista, ‘El día de mañana’, también para Movistar+) que el espinoso tema tome la forma de una serie incómoda, ‘La línea invisible’, que hace las preguntas pertinentes y ofrece, también pertinentemente, muy pocas de las tan ansiadas respuestas. Lustrosas y fugaces hazañas de planificación robustecen el hormigón de una serie de vocación pasiva pero arrojada, capaz de apuntar con desvergüenza las numerosas corrientes que confluyeron en el complejísimo ponto encabritado que supuso el grupo terrorista para la última remesa de prole del entonces apolillado dictador, mientras adopta, no con menos osadía, un pacifismo nada mojigato, bañado en melancolía y vacío de toda complacencia con la ignominia de Franco.

El frívolo DIY que dio lugar a ‘Válidas’

Las influencers Percebesygrelos y Living Postureo (para sus familias, Carolina Iglesias y Victoria Martín) lanzaron este año ‘Válidas’, una serie autoparódica que relata las sequías creativas y promocionales que, según parece, atormentan de vez en cuando a estos mediadores de los circuitos de opinión. La pareja, unida a Nacho P. Pardo, que arrima el hombro en los contenidos del canal de Martín, facturó una ficción irónica pero insulsa, y la promocionó como una proeza autoproducida (o DIY, en inglés do it yourself). Pensar en ‘Válidas’, un producto de muy baja calidad, complaciente y sin chispa ni gracia, como un esfuerzo que requiere o merece cierto paternalismo crítico se me antoja frustrante y limitado, máxime cuando la financiación de la serie ha corrido, en parte, por cuenta de marcas interesadas en vincularse al proyecto, cuyos trabajadores no han cobrado, por cierto. Las creadoras se han comprometido, de manera informal y a posteriori, a remunerar el trabajo de los técnicos si la serie da beneficios. Algo cercano a una frívola limosna, partiendo de que la presencia mediática tanto de Iglesias como de Martín habría permitido sin duda ajustar el proyecto a los recursos disponibles, y no recurrir al trabajo gratuito de profesionales en primer lugar. ‘Vincent Finch: Diario de un ego’, la serie con la que se dio a conocer un David Suárez aún en segundo año de carrera, involucró únicamente a un puñado de amigos interesados en participar en la empresa, y no contó con más presupuesto que el que se fue en invitar a comer a las estrellas que, fascinadas ante las brillantes ideas del gallego, aceptaban hacer cameos.

La muy variada discusión que ha suscitado ‘The Midnight Gospel’

Algunas de las voces críticas más relevantes han repudiado ‘The Midnight Gospel’, la obra animada con la que Pendleton Ward, artífice de la siempre perturbadora ‘Hora de aventuras’, pone en imágenes el contenido de un podcast de entrevistas sobre filosofía, meditación y religión. El material sonoro, publicado hace años como parte del programa radiofónico ‘Duncan Trussell Family Hour’, da pie a desvaríos de toda laya en el apartado gráfico, en el que resuena la algarabía habitual de Ward, llena de seres alucinados, movimientos imposibles, colores abigarrados y diseños desbordantes. Las virtudes de la serie son muchas, pero la mayoría cotizan extramuros de la propia práctica televisiva. La liquidez de su formato, su aberrante estructura narrativa y el cuestionamiento inequívoco de la crítica generalizada al doblaje como castración de la obra original al que invita no equilibran, a ojos de algunas plumas críticas, una balanza lastrada por la completa omisión de los condicionantes de clase o la memez magufa y new age. Que la serie sea capaz de encender debates críticos complejos, autoconscientes y edificantes desde ángulos tan diferentes es seguramente lo mejor que le ha pasado a la seriefilia en lo que va de 2020.

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Antonio Rivera

Sobre el autor

Periodista y crítico del audiovisual. Este es mi huequecico para reivindicar lo pequeño, pero también lo grande, del cine y la TV.


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