Diario de bitácora: día primero del Mayhem Film Festival, la cita para los amantes del cine de género que puedan corretear por Nottingham, Reino Unido. La ciudad-pueblo de las East Midlands inglesas en la que, por cosas de la vida, me encuentro acoge esta reunión parroquiana de excéntricos y lunáticas que se pirran por las maldiciones, los alienígenas nunca-amistosos y las muertes grotescas y aparatosas.
Del terror, quizá el más género de entre los géneros cinematográficos, me interesa todo. Capturan mi atención sus códigos, los signos y lenguajes que los textos comparten y revierten; me atrae su distribución, cómo habita durante cuatro largos días pero discretamente uno de los cines emblemáticos de la pérfida Albión (del póster de ‘Reservoir Dogs’ firmado por Tarantino que cuelga de la pared de la cafetería hablaremos otro día). Pero, sobre todo, extiende por mi cuerpo un embrujo la dimensión performativa del ‘horror film’: cómo este público trastornado recibe los discursos de la pantalla.
Porque los fans del terror (al menos los de aquí; me contó un buen amigo que en Sitges pasa algo parecido) performan su cinefilia. Es un amor al celuloide de dentro hacia fuera, que se persona en la sala a través de risotadas estridentes pero contagiosas, rumores complacidos por cada cráneo que sale rodando y atronadores aplausos al acabar cada proyección. Sea buena o mala; la película ha venido aquí a (tratar de) hacer pasar un buen rato a los monaguillos del festival, y se la aplaude.
Así se aplaudió a ‘Extra Ordinary’ (sí, separado), de Mike Ahern y Enda Loughman, una desternillante comedia irlandesa sobre un desquiciado artista ‘one-hit wonder’ (flores de un día de la música pop) mudado a la república gaélica para no tener que pagar impuestos. El susodicho, interpretado por un enloquecido Will Forte, es un satanista emperrado en vender su alma al diablo a cambio de conseguir colar otro temazo en las listas de éxitos. Envuelta en el ritual se ve la hija de otro de los protagonistas, al que da vida Barry Ward. El personaje (cuya cara recordaréis, quizá, de ‘The End of the Fxxxing World’) se embarca entonces en una pequeña aventura a-lo-cazafantasmas para salvar a su pequeña junto a la profesora de la autoescuela del pueblo, hija de un espiritista muerto en faena. Así se entreteje la humilde historia de amor, que va aflorando a través del trabajo como exorcistas a tiempo parcial de estos dos fracasados de las afueras.
La película, con las segundas carcajadas más sonadas de la primera mitad del festival (ya descubriréis quién se lleva la pole), es horripilantemente simpática. Los creadores, que ahora se encuentran escribiendo una peli para el equipo de ‘Wallace y Gromit’, hacen de su historia casi una película casera, llena del mimo y la artesanía que a menudo pueblan las producciones que flaquean más del lado económico. Según cuentan los directores, Forte (quizá la estrella más reconocible del reparto, aunque también hay actrices de ‘Derry Girls’ por ahí) improvisó sobre la marcha los encantamientos, rezos y convulsiones que emite durante gran parte de la hora y media de metraje y se quedaron tal cual en la película. También grabó, en una actitud igual de trincheresca, la supuesta canción que lanza a la fama a su personaje. En la cinta no suenan más que diez segundos, pero produjeron un tema de cuatro minutos completo solo por lo divertido que era hacerlo (y está en SoundCloud, esperando a ser rescatado).
La amabilidad del proyecto, supurada en todas y cada una de las escenas, sale del empeño de los creadores de no atender a demonios gigantes ni grandes maldiciones, sino a los pequeños detalles (como un importantísimo vaso de zumo de naranja que se derrama en una mesa cuando invocan a un espíritu), a esos «tiny, crappy hauntings» (dijo él; textualmente, «pequeñas apariciones mierderas») que protagonizan los titulares esotéricos de nuestro día a día. Según comentó después uno de los directores, les encantaría volver a visitar esta historia en forma de serie para poder observar, incluso más, las vidas extravagantemente mundanas de sus personajes.
Menos cordial fue la otra película de la primera jornada, ‘Daniel Isn’t Real’; y, aun así, entroncó perfectamente con el alma de un evento como este. Dirigida por Adam Egypt Mortimer y protagonizada por Miles Robbins y Patrick Schwarzenegger (un tío que da un miedo que te mueres, hijo del mismísimo Terminator y la periodista Maria Shriver), la película no es mucho más que una vuelta de tuerca infernal al ‘Club de la lucha’ de Chuck Palahniuk, que llevó a la pantalla David Fincher con bastante más atino. En la cinta, Robbins es un joven esquizofrénico que escinde un trozo de su conciencia en la forma de Schwarzenegger, personificado ante él como una versión superior en el sentido más apolíneo. «Tengo el cuerpo que te gustaría tener, follo como tú querrías follar», creo que decía el Tyler Durden de Palahniuk. Pues por ahí va la cosa. Original no es demasiado, pero entiende muy bien su papel como ‘fan fiction’ adolescente de la obra anterior, borra del mapa la crítica al capitalismo y se recrea en convertir la introspección en forma de surrealismo de la película de Fincher en una casa encantada metafórica con monstruos horrorosos, traumas familiares y pinturas del Bosco. Eso es a lo que hemos venido. Una cabeza revienta en pedazos. Aplauso.