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Antonio Rivera

A pantalla 'partía'

En la pantalla de Salva Espín

Aunque hayamos dejado las salas desiertas, el cine no guarda rencor. Sigue siendo nuestro mejor amigo. La sección ‘En la pantalla de…’ pretende raspar la superficie de cantantes, dibujantes, escritores y otros creadores ajenos a este sector para descubrir cinéfilos bajo el yeso. Hoy hablamos con Salva Espín.

 

Aunque no mira a la cámara durante la videollamada (apenas despega los ojos dos o tres veces del trabajo que lo mantiene ocupado esta semana y que no puede revelar todavía), Salva Espín es un hombre eléctrico y cercano. El dibujante, padre adoptivo de Deadpool, el personaje de cómic de Marvel, es ya un fenómeno de masas. Son conocidas sus intervenciones en el programa La Resistencia, que tiene que doblar el tiempo dedicado habitualmente a las entrevistas para que el torrente de energía del murciano, que aboceta desde su tierra natal tebeos que se leen en todo el mundo, quepa dentro.

Desde su boca tomada por una barba silvestre, seguramente fruto del confinamiento, Espín se declara un cinéfilo empedernido. «Si no fuera por el cine, no sería dibujante. Siempre he sido más de ver dibujitos que de leerlos». Los primeros garabatos del artista, de hecho, copiaban las imágenes que le regalaba la televisión. Series animadas como ‘Dragon Ball’ o ‘Los caballeros del zodiaco’ nacían y morían una y otra vez en su pantalla, capturadas en grabaciones que el dibujante detenía para imitar los trazos. Esa fue la zona cero de una fiebre pop que Espín rezuma e insufla también a su dibujo, de línea clara y feroz, al borde de lo cartoon.

Se curtió después en el cine de género, hipnotizado y estremecido a la vez por la cartelera de programas como ‘Alucine’ y ‘Noche de lobos’. La transformación en licántropo del protagonista de ‘Un hombre lobo americano en Londres’, por ejemplo, le producía un tremendo pavor al pequeño Salva. «Lo llevaba fatal, pero ahora el terror me gusta bastante», señala. Su refugio durante la cuarentena por la COVID-19 se encuentra en las grandes películas de los años 80, marco del salto definitivo del cine fantástico al consumo en masa. Las reproduce de fondo sin límite mientras trabaja, porque las conoce de memoria y puede permitirse apartar la mirada. Puede que su relación con el dibujo facilite también en su paladar el disfrute del cine animado, pues la gente cercana a ese ámbito «tiene el gusto más educado para ver productos con esa base. Cuando dibujas algo, lo abstraes, lo sintetizas».

Es, junto con el resto de orfebres de las historietas de Deadpool (que lleva en danza desde que Rob Liefeld y Fabian Nicieza lo crearan en 1991), una de las voces más cualificadas para reseñar la franquicia de adaptaciones cinematográficas del personaje, con dos entregas dirigidas por Tim Miller y David Leitch. Espín opina que «el Deadpool de la película tiene más del personaje actual que del original». Para el estreno de la primera de las cintas, en 2016, el dibujante se reunió en un cine de Cartagena con montones de cosplayers ataviados con los colores de su equipo, el rojo y el negro de las mallas del mercenario; incluidos padres con niños que luego no podían acceder a la proyección, calificada para mayores de edad. «La primera película está bastante bien, aunque el mejor producto audiovisual sobre Deadpool es el videojuego». Espín, obsesionado con la experiencia sinestésica, considera el videojuego «el arte más completo, y del que hay más por explorar todavía». Ha pasado el confinamiento haciendo ejercicio con ‘Just Dance’, y jugando a títulos como ‘Tekken’ o ‘Fortnite’ para probar la conexión de sus sesiones de dibujo en ‘streaming’.

Lo más lógico sería imaginar que, por su ocupación, el murciano es un forofo redomado del cine de superhéroes; pero abandonarse a dos o tres horas de aquello en lo que trabaja durante otras tantas cada día tampoco parece su primera opción para los ratos de ocio. «A algunas de las películas de superhéroes ya se les va viendo el plumero, porque están hechas para un evento más grande. Con la saturación de oferta, uno acaba por valorarlas menos», comenta refiriéndose al universo cinematográfico de Marvel, un mastodonte mediático de una veintena de títulos que fueron a desembocar el pasado año en el filme-evento ‘Vengadores: Endgame’. «De muchas de ellas ni me acuerdo de lo que pasa». El género, que ha arribado a un alto con la cinta de los hermanos Russo, debe reinventarse. «Yo creo», pronostica el artista, «que el siguiente paso va a ser intentar mantenerse como están, que la cosa empiece a fallar y tener que reconvertir las historias. Polarizar los productos, si quieren seguir facturando tanto. Hacer cosas más pop o más salvajes, como pasó con el spaghetti western».

Su lista de películas preferidas es una cascada infinita: menciona ‘Robocop’, ‘Karate Kid’, las tres primeras entregas de la saga ‘Alien’, la animada ‘Porco Rosso’, ‘Excalibur’ y ‘Conan el Bárbaro’; sumadas a otras españolas, como ‘El día de la bestia’, ‘Torrente’, ‘Manolito Gafotas’ o ‘En construcción’. No faltan directores en su altar: Scorsese, los Farrelly, Jeunet o Sergio Leone («La hostia. Inconmensurable»). Las series también gotean como un hilo musical, casi inadvertidas, mientras bosqueja a Deadpool, porque «verlas es más sencillo que con las películas, está todo menos concentrado». A ellas también se traduce –últimamente con más frecuencia– el cómic español, con ejemplos como ‘El vecino’, estrenada en Netflix la pasada nochevieja, o ‘El tesoro del Cisne Negro’, tebeo de Guillermo Corral y Paco Roca que Amenábar pondrá en fotogramas para Movistar+. «Es que, sobre todo con las historias que no son de superhéroes», aclara Espín, «los cómics vienen muy bien para saber los costes de producción de la serie, el interés que puede tener para el público… Tienes casi el storyboard ahí».

Sus lápices canalizan una fervorosa avidez de conocer que trasciende por mucho las viñetas del tebeo, para instalarse donde proceda: en el celuloide, el vídeo o el script de videoconsola. Es por ello que, en la conversación, Espín resulta inquieto y agitado, pero nunca desdeñoso. Sus pupilas vuelan de un lado a otro persiguiendo lo que parecen innumerables víctimas de su curiosidad. Pese a ello, el murciano es, sobre todo, familiar. Como un pariente lejano, un acompañante, el objeto de una relación íntima que, aunque él lo ignora, hemos mantenido durante años. En sus charlas en el salón del manga de la ciudad, único acicate capaz de arrastrar a mis amigos, alérgicos a la lectura, hasta la orilla de mis amados cómics; en las firmas de sus tebeos en 7 Héroes, la librería especializada que levantó junto a un socio en pleno centro, al abrigo de la calle Don Alfonso Palazón Clemares, junto a mi antiguo instituto; o cuando alcanzó en la hinchada incansable de La Resistencia el reconocimiento popular que siempre había merecido, y que vi, ya fuera de mi Región, con el cariño roto de quien ve despuntar a un sufrido camarada. Retener su atención más de lo necesario sería una afrenta al arte.

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Antonio Rivera

Sobre el autor

Periodista y crítico del audiovisual. Este es mi huequecico para reivindicar lo pequeño, pero también lo grande, del cine y la TV.


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