A escasas dos semanas del último desembarco de ‘Juego de tronos’ en HBO España, los adictos al imaginario de George R. R. Martin pueden ir abriendo boca con ‘Nightflyers’, un serial sci-fi con ínfulas de terror basado en un relato corto del estadounidense. La serie, que Netflix lanzó sin pena ni gloria en febrero, ya había tenido un recibimiento áspero en su estreno en Estados Unidos en diciembre, de la mano del canal de género Syfy.
Pudiera deberse a la distancia que el escritor guardó con la concepción y desarrollo de la serie, obligado por su contrato de exclusividad con HBO. A la casa de la ‘tele sofisticada’, mantener cerca a esta gallina de los huevos de oro a la hora de poner en pantalla ‘Juego de tronos’ no le resultó una mala jugada. Syfy y Netflix, sin embargo, partían con esa desventaja. Y sí, con solo atender al primer episodio, la serie no puede prometer (ni promete) la depuración estilística de su hermana mayor: es tosca, derivativa y algo insípida. Sin embargo, hay en ella una veta menos evidente que, sin duda, vale la pena explotar.
En las ficciones con protagonistas no colectivos (lo normal en el audiovisual desde que Eisenstein se diluyó en el tiempo) suele haber un Yo, individualizado en cierta medida y que es, además, condicionante, antagónico e inseparable de un Otro. El manejo de estos dos ingredientes –el Yo y el Otro– es el cemento que funda las posturas de ‘Nightflyers’ ante las dos soluciones de género en las que picotea.
Entremos en harina. La serie retrata la angustia de la tripulación humana de una nave espacial al descubrir que, entre la mercancía que transportan, hay un polizonte muy particular. Con ellos viaja Thale, miembro de una raza de telépatas que ha causado ciertos estragos en comunidades humanas, en (difícilmente cuestionable) respuesta al hostigamiento de las posiciones xenófobas de los que temen la diferencia. Él, en concreto, es el resorte que activa una de las dos lógicas con las que trabaja la serie: el énfasis en el Otro como fundamento de la ciencia-ficción.
Para plantear una historia sci-fi sobre el contacto de una especie con otra, la norma es marcar la primera como ‘la humana’, reconocible y sin aristas, mientras que la segunda tiende a aparecer como algo no solo desconocido, sino lejano y, quizá, incomprensible. Desde ahí traza ‘Nightflyers’ la ruta a seguir en los tramos que se inclinan más por la ciencia-ficción y por la búsqueda de un interés en una ‘extrañeza-fascinación’. Así, el telépata Thale exhibe un marcadísimo acento británico que, a través del contraste con el habla hegemónica del inglés estadounidense de los protagonistas, pone en marcha en nosotros una serie de procesos de base racista y colonial que nos animan a entender al chaval como un objeto exótico, diferente.
Pero ‘Nightflyers’ tiene otra cara: el terror. El necesario trabajo con la otredad, que ya estaba presente en la vertiente sci-fi, se convierte entonces en una suerte de ‘extrañeza-rechazo’. El foco pasa de ellos a nosotros, entra en juego la identificación y lo que queda fuera de los cánones ya no es una alteridad exótica, sino una amenaza real.
En el primer corte, además de presentarnos al telépata ‘hooligan’, se inicia el contacto con otros agentes desconocidos que cacharrean con la mente de Karl, el protagonista. Es entonces cuando este personaje, al que ya nos habían presentado y vendido mediante una empática historia familiar, se convierte en centro de los mecanismos de la serie: los planos subjetivos nos acercan a su mirada, y la focalización interna –pues vemos y oímos sus alucinaciones– nos abre la puerta a su psique, abandonando ese interés en el Otro. La ética de la producción da un volantazo y apuesta por el Yo; y la estética responde. Teniendo una figura concreta, confiable y conocida, a través de la cual canalizar nuestro canguelo, se consigue sacar el máximo partido al terror.
Homenaje a ‘2001: Una odisea del espacio’ incluido, el relato del ‘otro’ R.R. –Tolkien siempre será el número uno– no se presenta como el sucedáneo de las canciones de hielo y fuego que los fans del plumilla pudieran esperar. Si lo que buscas es calmar tu hambre de ‘Juego de tronos’, no es aquí donde debes buscar. Un dragón da miedo, sí; pero nada asusta tanto como un Otro.