Por Fernando Caride.
La fe. Eso es lo que alimenta a las marcas hoy. Fe en la creencia de que serán capaces de darnos lo que nos prometen. Fe en que cada uno de sus productos satisfará nuestras más emocionales demandas. Fe en que su tenencia nos hará únicos, atractivos, aceptados, incluso deseados.
La fe en las marcas es la fuente de alimentación para su elección y para su consumo. Una fe basada en la comunicación, en los valores que nos venden, pero también en el aburrimiento de una vida, la de cada uno, que favorece el consumismo.
Es la fe de un público que necesita aspirar a modelos superiores. A un estatus de vida por encima del propio. Siempre deseando más de lo que se tiene. Siempre aspirando a ser otro. Diferente. Mejor.
Pero al final, la diferenciación que nos prometen las marcas es la que nos hace iguales. Nos venden una superación que, en realidad, está en nosotros mismos. Las marcas son los nuevos alienantes del siglo XXI.
Es muy fácil: voy a la sociedad, la escucho, veo lo que le mueve y creo un discurso abrumador, definitivo, apasionante, para hacerles creer que soy el adalid de ese mensaje que, en realidad, pertenece a la propia sociedad de cada época.
La fe en las marcas genera seguidores, fanáticos e incluso apóstoles, que multiplica su capacidad de seguir convenciendo.
En cada logo, en cada diseño de producto, en cada mensaje, en cada promoción, en cada tienda online. Ahí están las marcas, ahí está su capacidad de seducir y convencer de su consumo. ¿De verdad crees que cuidar tu marca no es importante? ¿Vas a dejar que “otros dioses” te quiten tu cuota de mercado?