Por Javier Franco.
Si, lo sé, esto de los palabros importados está empezando a cansar (por cierto, les recomiendo cuando terminen de leer este -interesante y didáctico- post, que echen un vistazo a la última campaña de la Academia de la Publicidad y la RAE en relación a los anglicismos, muy buena).
Bueno, a lo que íbamos: un influencer es lo que siempre se ha conocido como prescriptor de marca, alguien con autoridad en la materia que habla sobre un producto o servicio determinado (no confundir con el uso de un famoso para una campaña). Ahora ocurre que esta denominación abre un poco más el abanico de posibilidades sobre quién puede ser o no prescriptor.
Al margen de detalles o diferencias en la terminología (prescriptor, blogger, influencer…), lo que está claro es que su auge está ligado al de las redes sociales y la enorme capacidad de estas para trasladar, de forma inmediata, un determinado mensaje.
Esto hace que haya gran cantidad de ellos (cientos/miles) y, por tanto, que sea más factible para las empresas y sus marcas beneficiarse y aprovechar esta capacidad de viralización del mensaje de estas personas.
Vale pero, ¿cómo elegir correctamente un buen influencer para mi marca?, porque aquí no vale cualquiera.
Esto lógicamente no se responde a la ligera, ya que es motivo de un análisis exhaustivo sobre la marca, el mensaje, el público objetivo, los objetivos, etc… pero sí que hay que tener en cuenta dos puntos clave:
1- No dejarnos guiar por su volumen de seguidores, sino por su “calidad”, medida como la capacidad de generar en ellos opiniones sobre cada mensaje.
2- Analizar muy bien su tipología de seguidores y su nivel de credibilidad al respecto, para entender que es adecuado al mensaje que quiero transmitir.
Es decir, no entender que debe ser alguien famoso, puede ser que no lo conozcamos pero sin embargo encaje perfectamente para que nuestro público objetivo reciba nuestro mensaje como queremos que lo reciba (que es lo que vamos buscando).
Lo importante y la clave es saber elegir aquellas personas que sean coherentes con los valores y filosofía de nuestra marca/empresa para convertirlos en nuestros prescriptores (para un evento, para una campaña o para una comunicación).
Pensemos qué transmitir y a quién y, solo entonces, busquemos quién debe hacerlo. Seguro que encontramos el adecuado (o los adecuados).