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Mar Peté

Desde mis tacones

¡En las Vegas se queda!

yo-no-soy-gente-historias-reales-mundo-surrealista-pavos-que-molan-chiringuito-de-playaAún estoy intentando superar el trauma postvacacional, pero no soy la única, porque de mi maletero se resiste a salir la sombrilla no sea que llegue un por si acaso con un plan secreto de chanclas y biquini en cualquier momento. No termino de perder mi moreno y, además, mi cuerpo se niega a olvidarse de las horas pasadas en el chiringuito porque sí, porque ha habido ratos memorables como aquella mañana que repusimos fuerzas viendo amanecer. Yo, con las sandalias de tacón en una mano, los pies escondidos rebuscando en la arena el frescor de la noche para consolarlos de las miles de horas de baile. Y ahí estaba él, el cachas del chiringuito montando las hamacas y mirándonos de reojo, elucubrando qué hacíamos ahí los dos compartiendo café, tostadas y haciéndonos ojitos en lugar de lanzarnos a lo que realmente estábamos deseando, ese otro desayuno mucho más sabrosón.

Es curioso, cuando me visita la rutina comienzo a echar de menos los momentos que tanto he disfrutado. No es justo que ahora sienta que el mejor bar es ese que sus pareces son de aire y su horizonte huele a sal. Para mí, las vacaciones y la vidilla del chiringuito son lo mismo, no entendería el verano sin ese ritmillo que se me mete en el cuerpo cuando me lío el pareo a lo loco, me apoyo en la barra y allá, en lo alto, subida en el taburete, domino el mundo. ¡Y ese ecosistema veraniego en el que el glamour se transforma en un simple contoneo de caderas mientras camino por una arena abrasadora y me recojo el pelo en un moño desmoñado con tanta gracia que ya quisieran muchas! Y comienza el espectáculo, porque… ¡la vida es más vida dentro de un chiringo, de un bar o de un garito!

Lo que más me gusta es ese tonteo tan refrescante. Ahí no caben engaños, es imposible que yo mida ocho centímetros más de altura porque las chanclas son sinceras hasta decir basta. Y tú, por mucho que quieras apretar la barriga, dime si eres capaz de sujetar las tabletas sin ponerte morado aguantando la respiración. Así que, está claro que yo soy la que soy, y tú jamás pretenderás hacerme creer que eres ese que no eres. Esto sí que es amor face to face, sin trampas ni cartón, sin engaños ni ilusiones. Por eso, yo, cuando echo el ojo a uno en un chiringuito confío en la suerte y la insensatez de un mojito. ¿Acaso hay algo más seductor que esa sinceridad aromatizada con brisa marina y al son de bachata caribeña?

Me encanta sentir que el tiempo se detiene escuchando, bailando y ronroneando por enésima vez al ritmo de Despacito y de Enrique Iglesias; porque claro, no soy capaz de imaginarme en biquini, echándome crema bronceadora con Mozart o Vivaldi de fondo. Vale, lo reconozco, a mí me pone más del veranillo tipo  George Dann y es condición innegociable vivir hasta morir con ese runrún que da la canción más hortera y machacona del momento, que para baladitas melancólicas ya están las largas tardes invernales…

Pero la realidad es la que es y por mucho que lo intente, sé que la sombrilla y yo hemos echado el cierre por defunción estival y que las cervecitas y las risas hay que encerrarlas entre cuatro paredes. Pero yo no me resigno, sé que el megarollito Hawaii-Bombay es insuperable, pero por si acaso, me lanzo a la calle, no vaya a venir un huracán de esos y me pille en mi casa y se me caiga el techo encima, qué va.

Y como si fuera un zombi, mi pasos van derechitos a un bar, si es que no lo puedo remediar porque lo mismo me da que sea de día que de noche, que sea para una marinera que para un cubata de esos azules que se llevan ahora. El secreto consiste en sentirme la jefa del mundo, yo ahí, tan yo misma. Media espalda apoyada en la barra, mis piernas cruzadas y mis tacones entrelazados. Así no hay pena que no se cure, ni risa que no se contagie. Y lo que es mejor, todos sabemos que lo que sobre una barra de bar se cuenta, no hay valiente que se atreva a revelar. Lo que desde un taburete se ve, se oye o se intuye, se convierte en el mejor secreto, porque hoy por ti, mañana por mí… ¡Lo que ocurre en las Vegas, en las Vegas se queda! Un brindis por esos psicólogos de barra convertidos en camareros dispuestos a transformar mis penas en alegrías.

Hay días de todo los colores, es cierto. Hay cosas que nunca olvidaremos y otras que será mejor no recordar. Pero si tú me buscas, y si yo te busco, sin duda, mejor derechitos al bar, porque las risas, el rollito y tu mirada y la mía, allí siempre saben mejor.

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Sobre el autor

Contar historias, soñar ilusiones, sentir la vida, compartir sensaciones, descubrir secretos, atravesar lo prohibido... Porque vivir es reír y disfrutar, es contagiarse de la alegría. Porque detrás de cada experiencia siempre hay miles de caminos esperándonos y yo me niego a quedarme quieta. Y como no hay nada como ser el protagonista de nuestros errores y aciertos, de nuestras dudas y de nuestras decisiones, aquí estoy, dispuesta a pasar contigo estos relatos llenos de magia. Un día descubrí que escribir desde lo alto de mis tacones era mucho más divertido y entonces me di cuenta que desde aquí arriba la vida se veía tan bonita que decidí compartirlo. Quizá al leer mi blog te digas: "esto me pasó a mí", "anda, esto me suena", "qué bueno, nunca se me habría ocurrido", "¿será posible que estas cosas ocurran?". Con el deseo de que lo disfrutes cada semana con una sonrisa, de que te haga revivir sensaciones y, sobre todo, para que entre risa y risa, también te ayude a darle vueltas a la cabecita y después salgas a comerte el mundo, antes de que el mundo te coma a ti. ¡Bienvenido al blog "Desde mis tacones"!


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