Pasadas las fiestas de Navidad, las rebajas y algún que otro sarao, el año amoroso con mayúsculas queda oficialmente inaugurado con la macrocelebración del bendito san Valentín y sus corazones atravesados por las flechas de Cupido. A partir de este día se da el pistoletazo para dejar fluir los sentidos, para que los sentimientos encuentren su propio espacio en mi tontuna mental que tan bien me sienta y para que, si no me regalaron algo de la lista de Reyes, aún pueda tener la ilusión de ese caprichito pendiente.
Reconozco que en más de una y en más de dos ocasiones yo he llamado amor a lo que el de enfrente llamaba calentón, jugueteo, cruce de intereses… Y claro, así me he quedado luego, con cara de gilicapullina. Pero esta vez no me van a pillar de panoli, que no, que estoy haciendo un máster sobre las cosas del querer, nada de ir de cándida para salir siempre trasquilada. Y en estas estoy, así que lo primero es hacer un estudio de mercado del enamoramiento para a ver cómo está el asuntillo.
-Mira, me ha mandado un mensaje, ¿qué le respondo?- le pregunto a mi compi.
-¡Pero si aquí pone: “Haver” si nos vemos pronto!- me responde pegando el dedo en la pantalla del móvil hasta atravesarla.
-¡Uy, pobre! Será el corrector…- le digo la mar de convencida.
-Mmm, ¡tú estás enamorada hasta las trancas!
Pues lo cierto es que quizá lleve un muchito de razón, solo la ceguera del amor me va a hacer que no le corrija esta ortografía, porque si no fuera por eso, le doy con un diccionario en la sesera y, por descontado, se queda sin cita.
Y contesto que sí y… horror, ¡me anuncia cena de sushi! A escondidas, en el bolso, me llevo un bocata de jamón porque esto de las algas y los pescados crudos me da repelús y con tanto anisakis por el mundo, capaz soy de que, después de la cena, cuando llega lo bueno, va y me da un correcorre y la fastidio. A mí el jamón ibérico nunca me ha traicionado y hoy, pienso serle fiel.
Y cuando llego… ¡el sushi sin preparar!
-¡Sorpresa! Nos ponemos un You tube y ya verás, es facilísimo.
Madre mía, este es hasta capaz de buscar en Internet un tutorial para amasar también la escenita del sofá. No sé, esto me empieza a oler a chamusquina. Ahora o nunca. Me quedo o me largo. Y de pronto, en la radio de su cocina Camila Cabello nos canturrea y zarandea con su deliciosa Havana, y zas, sus manos se pierden por mi espalda y mi voluntad, tan discreta como siempre, se esconde en mi bolso con la plena intención de no volver a salir de allí en lo que queda de noche.
La otra prueba del enamoramiento es infalible. Nada como sorprenderme acariciándole los pies ¡y sin calcetines! Jamás de los jamases he sido capaz de tocar los pinreles de un tío si su corazón y el mío no han hecho buenas migas; que no, que yo soy de las que como no haya tontitis amorosa, me da asquillo. Y aquí estoy, jugueteando con su dedo gordo, mientras que al mismo tiempo ando buscando a mi sensatez que, por lo visto, desde que este me ronronea ha dejado la plaza desierta y a cambio me encuentro con un buen puñado de locura aderezada con una pizca de imprudencia y un mucho de ese candor con el que solo el amor es capaz de colorear las ilusiones.
A decir verdad, me queda superar una prueba irrefutable de que estoy enamorada. Cojo el móvil y reviso todas las fotos y selfies que me he hecho desde que este me tontea. Las agrando, las recorto, le pongo y le quito filtros… y no falla, en todas estoy bellezón nivel divina. Ese brillo en los ojos, esa mirada coqueta, ese postureo tan desvergonzado…
-No le des más vueltas, nena, estás colada hasta las trancas. ¡Pero si desde que le conoces ya no envías whatsApps, toda tú eres un emoticono de ojitos de corazón!
Hace tiempo que decidí que a mí el 14 de febrero jamás me iba a dar dolor de cabeza y, lo curioso del caso, es que desde que la borré de mi calendario de fechas innombrables, no ha pasado ni un solo año sin que mi corazón haya tenido algo por lo que retozar. Si es que no falla, unos se acuerdan de santa Bárbara cuando truena, pero yo, en cambio, como me paso todo el año convocando a san Valentín… pues eso, que el buen hombre me está tan agradecido que aquí me tiene, comiéndome un bocadillo de jamón, bailando en la cocina, poniendo caritas de enamorada delante del móvil y abrazada al del corrector, que ya verás cómo, tarde o temprano, le pongo yo a este la ortografía mirando para Cuenca.