Hay másters, cursillos y carreras universitarias para todo, incluso hasta puedes llegar a hacerte astronauta online, pero si hay un título por excelencia para el que no hay donde apuntarse, ni aunque sea pagando, no es otro que el de la paternidad. Porque lo de ser padres no te lo sellan en la puerta de un paritorio, qué va, ser padres es un diploma que hay que currárselo, hay que merecérselo y además, lo más complicado, es que no hay fecha de jubilación por muy creciditos que estén lo retoños.
Y claro, esto de la paternidad, en mi caso, no depende solo de mí, o sí, no sé, porque como últimamente ya hay para todos los gustos… Pero lo cierto es que lo tengo archicomprobado, ya puede el susodicho en cuestión hacerme tilín y hasta también tolón, ya pueden mis tontilusiones salir a pasear y tomar vida propia e incluso hasta llegar a verme veraneando ahí juntitos los dos, también es posible que caiga en la tentación de comprarle un regalito sin que sea ni su cumple ni nuestra fecha inlove. Vale, lo acepto, soy muy capaz de fantasear con la idea de ir a conocer a sus padres un domingo de estos, pero por muchas mariposas que me revoloteen por el estómago y se me hagan chispitas en la mirada, hay un imprescindible que debe superar el pretendiente, y no es otro que el de darle el total visto bueno como padre de mis hijos y si no, no hay trato.
Sí, ya sé que así dicho parece tela de fuerte, pero es que tíos para el jiji y el jaja, me sobran. Fíjate que hasta tendría alguno guardado en la recámara dispuesto a dar el “sí quiero” con todas las de la ley, pero es que eso de ser el papi de mis churumbeles… ¡eso ya son palabros mayores!
Mira que he tenido que tomar decisiones a veces, algunas tan tontas como decidir el color del esmalte para las uñas permanentes y otras tan transcendentes como resolver si voy a una fiesta vestida en plan casual o sacar toda la artillería de las lentejuelas con los tacones a juego; pero cada vez que me pongo con el lío este de jugar a papás y a mamás, pues oye, que la cosa se me enmaraña y me enredo hasta decir basta.
A ver, por un lado está el asunto amoroso, porque claro, para mí que si hay buen rollito entre nosotros, seguro que nos vamos a esmerar mucho más y así hasta nos salen mejor los deberes cuando nos pongamos con la faena. Pero es que eso no lo es todo, porque a ver, lo de la carga genética tiene también su puntillo de importancia, digo yo. La verdad es que con una pizca de suerte igual hasta nos sale guapetón el chiquillo a poquito que me ponga yo una miaja remilgada al elegir lo del físico llevando cuidado de no enamorarme ya pasada la medianoche, con esa precaución, igual sí que lo consigo. ¡Y así, entre lo suyo y lo mío, seguro que nos sale un bebé de anuncio de pañales! Pero eso sí, el futuro padre no se escapa sin que le pase yo un test de CI y varias pruebas psicotécnicas de esas de tráfico, que no quiero yo dosis genética de un chalado o un maniático de esos que van por la calle sin que se les note, ¡que para tener un puntito de locura ya estoy yo y con esa herencia vamos sobrados!
Pues eso, que en cuanto a mí se me enciendan todas las alarmas y note que es ese y no otro, prometo ponerme con ello. Yo por ahora, y no por presionar, voy a ir haciendo alguna manualidad para el Día del Padre, no vaya a ser que de aquí a un rato se me cruce el futuro papaíto de mis hijos y me pille con el pie cambiado, que luego todo son prisas y me termina saliendo un churro de regalito y no hay imán que lo pegue en la puerta de la nevera. Y digo yo, cuando sienta en mis pordentros la señal fidedigna de que he encontrado al mejor candidato, ¿será muy fuerte si me acerco a él y le suelto?:
-¡Hola, encantada de conocerte! Mira, tú aún no lo sabes, pero yo soy la madre de nuestros hijos.
Es verdad que la vida es muy larga y que nos da tiempo a acertar y a equivocarnos y a volver a acertar. Así que, pase lo que pase, padre-padre solo hay uno, madre-madre solo hay una y a ti te encontré en la calle; pero no lo olvidemos nunca, nuestro hijo no tiene la culpa de nuestras insensateces ni de nuestros triunfos, pero, eso sí, lo que tiene todo el derecho es a sentirse un hijo felizmente querido y deseado.