Tengo que reconocer que este año no voy con la delantera de otras veces. Por fin me estoy ajustando al calendario oficial en esto de la primavera y no es porque me haya hecho formal y dispuesta a acatar de una vez por todas las normas, qué va. Yo creo que es que como no hay manera de sacar, ni disimulando, el vestidito rosa pastel y las sandalias a juego que tengo esperando en el armario. Está claro que voy a tener que dejarme llevar más por el parte meteorológico que por aquello de que la sangre se me altera, porque por ahora, yo, lo único que tengo algo trastornado es el helor de mis pies debajo de la mantita del salón.
Para mí que esto es una buena señal de que por fin los robaprimaveras están todos en el calabozo, porque llevábamos unos añitos que el fondo de armario de entretiempo se quedaba hecho un sinsentido y perdía la cita para salir y pasear el palmito. Pero pienso estar ojo avizor a las señales, sí, sobre todo a las clásicas, a ese posado de las golondrinas en mi balcón y a esa amapola que saca lo mejor de mí cada vez que me la cruzo inesperadamente en mitad de un campo porque sin querer se me erizan todos los sentidos, vale, reconozco que a mí las amapolas me remueven el runrún por uno que yo me sé, ¡vamos, que ni te cuento!
Una cosa sí que es importante. Es cierto que este año he aceptado portarme bien y adaptarme al agenda oficial, pero en cuanto yo huela a azahar, sienta que una marinera me llama por mi nombre desde una terracita y que los jerséis de cuello alto me ponen cara de pocos amigos, ahí me planto yo, sí o sí, con mi cuerpo de primavera y dispuesta a quedarme, porque claro, en esta tierra, como no me ande con ojo y me haga la dura ante los primeros síntomas… el tiempo florido y hermoso se caduca y le toman el relevo los calorines del verano y de esa ya sí que no nos escapamos tan fácilmente.
Este acuerdo de paz que he firmado con el cambio de temporada no está reñido con el seguir disfrutando con chaquetón o sin él, que a mí nadie me birla una fiesta por una tontuna tan facilona de: “¡Uy, parece que se está nublando!”. Porque tampoco hay que liarlo todo de una vez. ¿Que toca salir a disfrutar de tambores y nazarenos? Pues me coloco un quitaipón de esos tan socorridos y a deleitarse con los pasos de Salzillo hasta que el cuerpo aguante. ¿Que al sol le da por tomar posesión del cargo y nos regala por fin una Semana Santa de las buenas? Pues a desempolvar las chanclas y a mediterranear este cuerpo serrano que seguro que me lo va a agradecer. ¿Que los pajaritos cantan, las nubes se levantan y un rayito me atraviesa el corazón en forma de amor primaveroso? Pues mira lo que te digo, que peores son las nubes de verano y no por eso las dejo yo pasar.
Y pensándolo bien, si los que siempre han tenido mala fama han sido los amores de verano, yo creo que de los de primavera no hay nada escrito en su contra, que yo sepa, a no ser que me vengan igual que el polen y me den una alergia tremenda, porque oye, es que no falla, cada vez que se me acerca uno de esos de: “Te prometo, te prometo hasta que te la…” me da un subidón de estornudos que de una sacudida de esas voy y lo mando bien lejos y sin billete de vuelta. Así que, apartando a todos los que me producen urticaria en el corazón, pienso ponerme en modo becqueriano para que así todas mis neuronas estén al quite, no vaya a ser que me ocurra como con lo del cambio de la hora de este fin de semana, que me lío tanto, que nunca sé si me quitan o me ponen la hora, si tengo que comer o no me toca tener hambre.
Como sea cierto eso de que la primavera la sangre altera, a mí me gustaría que alguien me dijera entonces qué puñetera estación es esta en la que vivo yo que a mí me tiene todo el año removidita. Tanto es así, que lo mismo me da que lo que se pose en mi balcón sean golondrinas, urracas o el canario de mi vecino, que por cierto, a ver si se le escapa de la jaula ya de una puñetera vez porque a mí me lleva loquita el muchacho del cuarto y así, con esa excusa, puedo tocar en su puerta y, en lugar de pedirle sal, le hago ojitos mientras que le digo “pío pío” y él me abre las alitas y me hace un hueco en su nido de amor primaveral.