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Mar Peté

Desde mis tacones

Mi mamá me mima mucho

descarga-1Todos los mayos, por en estas fechas, me viene a la cabeza el dichoso runrún ese de lo bonito y maravilloso que es ser mamá. La tele se llena de anuncios cursilones con mensajes grabados en las medallitas del amor. A base de machacarnos con tantas frases pastelonas y los comercios haciendo su agosto a costa nuestra, creen reblandecernos para que se cumpla lo que se espera de nosotras: abnegación. Palabreja que solo la he oído unida indisolublemente a madre abnegada. ¡Pues conmigo lo llevan claro!

Esta nueva generación de mamás hemos decidido serlo, pero sin dejar de ser lo que somos. Nuestro instinto materno no arrasó con nuestro instinto básico, sino que nos despertó otros más interesantes. En lugar de ganarme la medalla del “Amor de madre”, como los tatuajes de los legionarios, yo aspiro a la medalla de mujer ejemplar y orgullosa de mí misma. Y qué mejor herencia para mis hijos que es mostrarles el camino a mi felicidad. Pero claro, es que para mí ser feliz no tiene nada que ver con el sacrificio, las ojeras y el agotamiento. Ser feliz es estar segura de mí y disfrutar con lo que hago, es dejar huella sin pisar a nadie, es amar y ser amada porque yo lo valgo y no por ser una superheroína con capa roja y pertenecer a alguna secta de actividades multifunciones. Sí, es verdad que valgo para todo, pero ese todo no incluye tus todos y los todos que a los demás se les ocurran. El todo lo decido yo.

Pero si hay una prueba imposible de superar para una mamá es el complejo mundo de las extraescolares. Comienza en un circuito contrarreloj y para ganar es preciso ser la que antes aparque el coche, la que lleve en el bolso un plan B de merienda inesperada y la que sepa siempre, a ciencia cierta, en qué día de la semana vive, ¡que no es lo mismo martes de judo, danza y teatro, que jueves de inglés, fútbol o piano! Y entre medias, qué mejor que pasar el tiempo leyendo los ciento veintiséis mensajes del grupo de WhatsApp de madres…

Pues no, esa madre abnegada ni soy ni la quiero ser. ¿Que mis hijos no saben chino ni van a batir records en las próximas olimpiadas? Seguro. Pero a cambio, cuando alguien les pregunte por su madre podrán hablar con tranquilidad sobre ella, contarán que su madre se ríe de todo, que lee tirada en el sofá y que tiene un montón de amigas tan felices como ella y que, cuando se juntan, lo hacen para disfrutar y nunca para hablar de suegras, cuñadas, partos, notas del cole ni de megaproyectos de vida de sus hijos. Saltándose todos esos temas, el resto de las conversaciones se vuelven trascendentes, banales, interesantes, disparatadas, divertidas, cachondas, picaronas, cultas, estimulantes, creativas…

Pero el peor de los pecados cometidos contra el instinto materno es cuando se te olvida el nombre de tu chico y pasas a llamarle “papá”…, ¡horror! Créeme, es el momento de replantearse muchas cosas. Está claro que hay un antes y un después en vuestra vida de pareja. ¿Puedo darle un beso de pasión o dejar que me toque el culo a un ser al que llamo papá y él me llama mamá? Yo ya tengo mi propio papaíto y lo que quiero es un compañero, un macho alfa, un padre de mis hijos, un yin para mi yang, un monologuista que me haga troncharme de la risa, un escuchador que me entienda y que me responda sin creerse Jorge Bucay. Así que, que alguien me diga en qué momento mi yin se convirtió en mi papá porque soy capaz de rebobinar y quedarme con el resto de la historia antes de llegar a ese punto.

Saltándonos el episodio del embarazo con todos sus pormenores que me niego a revivir, el parto que, por muy bien que vaya todo, hay que estar ahí, llega el día de licenciarse en mamá y ver su carita, juguetear con una de sus manos mientras sus ojos me buscan… Y llegan los dientecillos, los pasitos inexpertos, las primeras palabras en un lenguaje inexplicable pero que solo yo comprendo, alguna que otra noche que mejor no recordar, sus fiestas de cumpleaños, las primeras letras leídas diciendo: “mi mamá me mima mucho” y sus últimos pipís en el pañal… Pero eso sí, todos en casa a la misma hora, porque mientras nos acostemos a la vez aún podemos decir que esto es vida. Nunca jamás se os ocurra pedir este deseo: ¡Ay, cuántas ganas tengo de que os hagáis mayores ya! Como se te cumpla ten preparado el quitaojeras, la paciencia contradolescentes, el zen antinovios poco recomendables, la paga extra para costear las necesidades tecnológicas y, sobre todo, olvídate por una temporada de celebrar el Día de la Madre, ¡cuánto mejor era superar esta fecha con aquel simple dibujo pegado en la nevera!

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Sobre el autor

Contar historias, soñar ilusiones, sentir la vida, compartir sensaciones, descubrir secretos, atravesar lo prohibido... Porque vivir es reír y disfrutar, es contagiarse de la alegría. Porque detrás de cada experiencia siempre hay miles de caminos esperándonos y yo me niego a quedarme quieta. Y como no hay nada como ser el protagonista de nuestros errores y aciertos, de nuestras dudas y de nuestras decisiones, aquí estoy, dispuesta a pasar contigo estos relatos llenos de magia. Un día descubrí que escribir desde lo alto de mis tacones era mucho más divertido y entonces me di cuenta que desde aquí arriba la vida se veía tan bonita que decidí compartirlo. Quizá al leer mi blog te digas: "esto me pasó a mí", "anda, esto me suena", "qué bueno, nunca se me habría ocurrido", "¿será posible que estas cosas ocurran?". Con el deseo de que lo disfrutes cada semana con una sonrisa, de que te haga revivir sensaciones y, sobre todo, para que entre risa y risa, también te ayude a darle vueltas a la cabecita y después salgas a comerte el mundo, antes de que el mundo te coma a ti. ¡Bienvenido al blog "Desde mis tacones"!


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