Defender la continuidad de Javier Clemente, hoy por hoy, es un suicidio. A estas alturas, es lógico señalar al técnico vasco como máximo responsable de la hecatombe grana. La paciencia tiene un límite. A mí se me ha agotado; a Jesús Samper, no. Sigue encaprichado en mantener a un entrenador donde ni resultados ni buen juego ni afición le respaldan.
Y es que en la grada, Clemente no convence. Los gritos de Clemente vete ya y los pañuelos hacia el palco son signos inequívocos de una masa social que quiere un cambio inmediato. Si no en el banquillo, en la presidencia. Tolerar la dantesca situación por la que está pasando el Real Murcia sin poner ningún tipo de remedio no es más que otra injusticia. El abonado se siente maltratado de nuevo. Antes, con la vanidad de su entrenador; ahora, con el desaliño de su presidente. Un presidente que sólo procede cuando las críticas se vuelven hacia él. Su infortunio en lo deportivo y su dejadez en lo social son sus principales virtudes.
La afición no está cansada, está indignada. No quiere que este año del Centenario, nulo en acontecimientos y nefasto en resultados, quede en el recuerdo de todos como el peor año del Real Murcia en toda su historia. El abonado ha puesto el grito en el cielo.