Lágrimas, nostalgia, melancolía…no sé lo que siento. Quizás repasando dibujos de mis nietos dedicados o parafrases escritas en acontecimientos familiares, quizás el gris otoño…no sé.
Siempre había creído que el otoño era una metáfora de la muerte, por aquello del Día de Difuntos. Lluvia de agua cernida, temprana oscuridad, castañas y dátiles a la entrada al cementerio.
Pero se agradece la templanza lumínica de la fría madrugada.
Antes de la caída de la hoja, los árboles lucen su amarillento ocre. Presentando sombrío y pelado atuendo para iniciar su procreación. Pero al final, desnudez en su fría soledad.
Es época de poda, de preñar al manzano, al colibrí, al albatros, al oso y al humano, porque ya se sabe que en primavera dará su fruto.
Por ello, en otoño no es acertada la literaria creencia mortuoria, ni tampoco una parálisis. Es un breve descanso limpiando de parásitos sus ramas, su plumaje, su velludo pelo, sus amaños y engaños familiares. Incubando un esplendoroso tiempo nuevo en la naturaleza.
Amarillo es el color del otoño,
vistoso en acuarela para el romántico pintor.
Luciendo las sementeras su natural brillo.
Y por las veredas, paso de alfombra de hojarasca para el peregrino que a Caravaca quiere llegar para ganar su año jubilar.
Murcia, 31 de octubre de 2017