Inicio mi camino por la mota y con prisa aparente me cruzo con la gente. Personas ilusionadas, quizás enamoradas, quizás por la próxima primavera.
Unos saludan, otros escuchan con largos cables en los oídos, quizás para que no les molesten los ruidos.
Vuelven las gaviotas a tomar su base en los Molinos del Río, junto su vecina sardina. Huyeron despavoridas por la reciente bajada de la virgen: pólvora y campanas las asustaron.
Hoy se las ve contentas batiendo sus alas como en un cortejo amoroso y planeando sobre el cauce. Pero lejos están de su puerto de mar, su hogar natural.
Y como en un cuento con final feliz esperan volver allí, quizás para morir.
Mientras el caudal lento discurre llegando al Manterola observo los patos que sin agua se están quedando.
Y desde la propia pasarela, el máximo edil municipal anuncia un panorámico paseo sobre el rio hasta el cruce con la autovía.
El Sr. Ballesta en su empeño de transformar la monótona imagen urbana da un paso más por el proyecto Murcia Río, y en breve todo el cauce lo tendremos iluminado por si alguno prefiere transitar de noche.
No he conocido, en casi mis 70 años, un alcalde de altura que preste tanta atención al Segura.
Y de pronto, oigo las campanas de la catedral y pienso sobre la reciente polémica, Prohibido tocar las campanas, vecinos durmiendo.
El sonido de las campanas ha servido durante siglos para marcar las horas, la llamada a los oficios, eventos extraordinarios, fiestas, entierros y alertas de arrebato cuando algún incendio, riada u otras catástrofes se producían.
Actualmente se instalan familias nuevas junto a los campanarios. Deberían pensar que llevan siglos y forman parte de una arraigada y vieja tradición, social y religiosa.
Y no hablamos de ruido, sino de sonido. Se pretende declarar Bien de interés Cultural Inmaterial para evitar la confrontación que ahora se cuestiona, entre la tradición y la normativa de contaminación acústica.
No obstante sigue siendo tema polémico en función del municipio y comunidad autónoma que se trate.
Sigo mi andar alcanzando el puente del hospital. Viene a la mente los temporales residentes que recuperan su maltrecha salud. Esperan cariño y asistencia, pero sobretodo no perder la ilusión, puede que tan buen remedio como la medicación.
Finalmente a la altura del Calatrava me llegan sonidos campaneros: primero los cuartos, después, doce enteros. Hora de volver a casa y rememorar mi vieja poesía invernal:
Donde la gaviota, aprovechando la época de celo,
planea dibujando arabescos sobre el luminoso mar,
mientras, el niño la sigue y contempla su gracioso vuelo,
sus pequeños brazos levanta como queriendo abrazar.
Murcia, 8 de marzo de 2018